11 febrero 2006

SUB LEGE LIBERTAS

Queridos todos:

Veo con verdadera repugnancia las múltiples protestas, a nivel mundial, de musulmanes quienes desagravian a su profeta Mahoma, destruyendo consulados, quemando banderas y amenazando a los países de Occidente por causa de unas caricaturas aparecidas en la prensa Noruega. Dicen que son caricaturas del Profeta. ¿Acaso sabemos cómo era físicamente Mahoma? ¿Quién prohíbe pintarle si el mismísimo Corán no lo impide? Dicen que es por evitar la idolatría... Y todas esas “protestas” ¿no son acaso una manifestación de idolatría suprema hacia su profeta?

La Declaración de los Derechos del Hombre y el del Ciudadano de 1789, estaba inspirada en la declaración de independencia estadounidense de 1776 y en el espíritu filosófico del siglo XVIII, y marcó el fin del antiguo régimen monárquico en Francia y el principio de una nueva era: la republicana que, como pescadilla que se muerde la cola, terminó en Imperio al mejor estilo monárquico y cometiéndose toda clase de tropelías vulneradoras de esos “derechos humanos”. Por su parte, la Constitución de los Estados Unidos de América vio la luz en el año 1787, dos años antes que la declaración de los derechos del hombre. En pocas palabras, los Estados Unidos se adelantaron a Francia no solo en el tiempo, sino en el aporte de los valores que después quisieron propugnar los ilustrados franceses. Este hecho histórico es algo que los franceses todavía no han sabido digerir. Estados Unidos no solo impone la Coca Cola o McDonald o el ratón Mickey sino también el mismísimo marco valorativo de convivencia entre los ciudadanos. Pero lo hace con dignidad, sin derramar sangre; de la misma manera que Roma después de conquistar violentamente a Grecia, termina siendo “conquistada” por ella: por la supremacía. Una cultura superior termina siempre imponiéndose. Y, ¿Cual ha sido el devenir de la Constitución Americana? Saltan a primera vista dos cosas: en primer lugar su respetabilidad y en segundo lugar, su continuidad. Todos los estados de la Unión defienden esa Constitución a rajatabla. Es la referencia obligada de valor último ante cualquier querella o actuación. El soldado americano no jura la bandera, jura su constitución y a ella se debe y entrega. Asimismo, nadie plantea un cambio de Constitución en aquél país. La misma Constitución de 1787 es la que hoy en día es el principio y fundamento de esa inmensa nación que son los Estados Unidos. De 12 estados iniciales firmantes, hoy en día son más de cincuenta. Si en una libérrima elección se le diese la oportunidad, a muchas naciones, principalmente latinoamericanas, de poder decidir si pertenecer o no a la Unión Americana, estoy seguro que la bandera de las barras ostentaría más de setenta estrellas. No sería necesaria la invasión de los marines ni la crueldad de una guerra para ser miembro y parte integrante de esos Estados Unidos; para sentirse respaldado y obligado en derecho al leer: “We the people of the United States in Order to form a more perfect Union, establish Justice, insure domestic Tranquility, provide for the common defence, promote the general Welfare, and secure the Blessings of Liberty to ourselves and our Posterity, do ordain and establish this Constitution for the United States of America.”

Cosa muy distinta ha ocurrido y ocurre “allende los mares”. Nuestras naciones latinoamericanas, España incluida, son un sarao carnavalesco de cambios y aboliciones: ¡9 Constituciones! ha tenido España desde la Constitución (La Pepa) promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812 y la actual de 1978, para nadie es un secreto que esta seriamente amenazada. Y ¡14 Constituciones ha tenido Venezuela desde la primera de 1811 hasta “la bicha” de 1999. Y así todos los países de Sudamérica. A grosso modo, ninguna de esas constituciones ha tenido como substrato ideológico principal a la Constitución Americana y si a los “Derechos del Hombre y del Ciudadano”. Francia, madre de esos derechos fue la primera en vulnerarlos así como iniciar la “feria de las constituciones”: Su primera Constitución la de 1791 proponía una monarquía constitucional basada en la división de poderes y un sistema electoral censitario (el derecho a voto lo tendrían los ciudadanos varones que tuviesen un mínimo de riqueza). Tan solo dos años después, en 1793 se redactó una segunda constitución, la cual era más democrática y menos centralista que la primera. En ella se establecía el sufragio universal masculino, la Asamblea Legislativa sería elegida sólo por un año y el poder ejecutivo estaría formado por un Consejo compuesto por ministros que no fuesen diputados. Otra vez dos años después, En 1795 se redacta una nueva Constitución que en muchos aspectos supone una vuelta a la de 1791, pues contemplaba el sufragio censitario y dejaba el poder ejecutivo en manos de un Directorio de cinco miembros, mientras el poder legislativo residía en dos cámaras. Y así hasta completar el rosario de ¡13 constituciones! Hasta llegar a la actual de 1958. ¡Menudo ejemplo nos dan los franceses! Ya lo dijo el General De Gaulle: “Un país con mas de 1000 quesos diferentes, es ingobernable”. No en vano, ellos mismos, los franceses rechazaron en referéndum, el proyecto de Constitución Europea, que fue elaborado por uno de ellos: Valéry Giscard d’Estaing, expresidente de Francia y masón connotado.

Lo que verdaderamente preocupa no es que se hagan enmiendas a una Constitución, sino que se propongan y hagan con ese espíritu de obscena gratuidad que termina desestabilizando y demoliendo el asidero último de los ciudadanos de todo país. Es algo parecido a lo que actualmente ocurre en los matrimonios. En mi época no se hablaba de divorcios. El matrimonio o "mártirmonio" era para siempre. Era un valor social defendido por la sociedad, por el Estado y por la Iglesia. Hoy en día, ninguno de ellos le defienden: “Bueno hijo si os va mal os divorciáis y asunto arreglado” es un comentario mil y una vez repetido a diario entre los jóvenes y entre los padres de esos jóvenes. Por su lado, el Estado a un mismo tiempo ablanda las leyes para que el divorcio salga lo antes posible y también para que lo antes posible se casen las parejas de gays; y por el suyo la Santa Madre Iglesia, con el concurso del Santo tribunal de La Rota, anula, es decir, afirma que “no hubo matrimonio” entre aquellos casados que pagan una buena suma para volverse a casar “de blanco”. Independientemente que la chica tenga en su haber cuatro o más hijos, ¡no por ello ha de haber matrimonio!. No tengo autoridad moral ni argumento ético para decir si esto es bueno o malo; correcto o incorrecto. Lo único que puedo decir es que toda relación que comienza con ese grado de “relajada alegría tropical” termina de igual manera ya sea un matrimonio, la Constitución Nacional, o el Estado. No podemos estar jugando al Mus, y variar sus reglas de juego en cada jugada. No podemos levantarnos todos los días tratando de averiguar si España existe o no. ¡Eso sí que sería un verdadero órdago! Ab initio tiene que haber el deseo real, el true mood, de querer algo, sólido, estable; algo, como les decían a nuestras madres, para siempre y cualquier cambio ha de ser para fortalecer ese principio y no para destruirle, máxime en una Constitución que en principio se establece para buscar el bienestar y seguridad de todos los ciudadanos. Es por ello que existe, ejemplo cercano, tanta crisis de nacionalidad en España. Ya no se es español. Parece, y lo digo con toda la coña, “parece” que se es Catalán, o vasco, o madrileño... quizás andaluz; ¿pero español? Eso no se habla... hace pupas... y todo ello con connotaciones a su vez resquebrajantes, es decir, con mala leche incluida.

Afortunadamente aquel bodrio de Constitución Europea no ha sido aprobado. Que Giscard d’Estaing sea masón me importa un bledo. Que sea un masón grado 33 quien redacta la Constitución Europea no solo me importa, sino que me preocupa y mucho. Como me preocuparía si la redactase un riguroso miembro del Opus Dei, o de los Soldados de Cristo, o un Talibán musulmán, o un Rabino ultra, o un Amish o un Mormón o cualquier otro fanático de los muchísimos que hay en este valle de lágrimas. La razón salta a la vista: su sesgo seria notorio e impediría el bien común. Ya en una publicación de El Araucano de Chile en 1848 se decía, y cito: “Hemos dicho, y repetimos, que "las constituciones Políticas escritas no son a menudo verdaderas emanaciones del corazón de la sociedad, porque suele dictarlas una parcialidad dominante o engendrarlas en la soledad del gabinete un hombre que ni aún representa un partido". En esto nos hemos limitado a sentar un hecho de que la última generación ha sido repetidas veces testigo; y nos causa no poca sorpresa que en este año de 1848, después de tantos experimentos constitucionales abortivos, haya personas que consideren las constituciones escritas como esencial y constantemente emanadas del fondo de la sociedad. Decimos esencial y constantemente, porque esa es y no otra la proposición que negamos, y que debe probar el que se escandaliza de lo que hemos dicho sobre las constituciones políticas escritas. ¿Hemos afirmado acaso que nunca salgan de las costumbres, ideas, creencias generalmente dominantes? Ni aun nos hemos avanzado a indicar que en la mayor parte de los casos no tengan semejante origen; lo que dijimos y lo que decimos es que a menudo no lo tienen; esto era lo que debía refutarse; colocar la cuestión sobre otro terreno es desorientarla, y atribuirnos lo que no hemos pensado decir. (...) Que las constituciones de Francia, que la de Inglaterra hayan salido del corazón de esas sociedades, ¿quid ad rem? ¿Podrá decirse lo mismo de todas, o de casi todas, que es lo que debe demostrarse para refutarnos? ¿No podrá decirse lo contrario de muchas de las que se han promulgado en nuestra América?”

Hay una íntima relación entre el Constitucionalismo y el Terrorismo. Esto también es una herencia de “La France” pues el terrorismo surge por el régimen de terror impuesto en Francia en 1793 hecho que observó Edmond Burke durante el gobierno de Robespierre, algo de lo que también dio nota Alexis de Tocqueville sobre la Revolución francesa por la forma violenta como trató de imponer el constitucionalismo. En los países árabes lo que realmente impide que sean plenamente democráticos; lo que disturba su funcionamiento constitucional como tal, es que la religión islámica y el republicanismo casan muy mal. La paradójica confesionalidad religiosa de una República (Irán por ejemplo), que interviene política y jurídicamente para “impedir la corrupción estatal” termina por convertirse en un Poder paralelo al Constitucional que limita notablemente su funcionamiento. En Irán, hay dos conceptos religiosos fundamentales que inciden problemáticamente sobre todo el edificio constitucional: el de vélâyat-é faqih (gobierno del juez supremo), y el fiqh (conjunto de los derechos canónicos del Islam) que "no puede ser objeto de discusión". Resultado: Los imanes de las mezquitas incitando a las masas a ganar el cielo con el martirio al tiempo que aniquilan infieles o a generar protestas salvajes por la caricaturas de Mahoma publicadas en Noruega. Una Constitución, pues, no solo ha de ser el edificio ontológico del bien común de una nación, sino que además ha de ser la suprema referencia por encima de cualquier otra institución, so pena de ver, como lo estamos viendo, talibanes quemando banderas y destruyendo consulados o ataques suicidas un día si y el otro también. ¡Vive La France! Hasta la semana que viene. Un fuerte abrazo para todos. Agur
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TITULO: La libertad sometida a la ley

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