26 agosto 2007

BELLA GERANT ALII; TU FELIX AUSTRIA, NUBE

No es nada nuevo que la historia suele ser tergiversada o mal enfocada. Esto lo he sufrido desde mis años de estudios de educación primaria pues siempre fui señalado por mis compañeros, por culpa de las clases de “historia de Venezuela” como un neo “mataindios” debido a mi origen español y con apellido “de Diego” fácilmente asociable a personajes como Diego de Losada, Diego de Ordaz y tantos otros “Diegos” que pulularon durante la conquista, o mejor dicho, españolización de América. Ya en aquellos años me daba cuenta de que algo no tenía sentido en aquel relato histórico y el peor era el ocultamiento de los hechos ocurridos en casi doscientos años; desde 1500 a 1700. Así pues, de Guacaipuro y resto de sus “peers” de pronto se daba el salto histórico hasta el nacimiento de Bolívar.

Por ello, para entender lo ocurrido en Venezuela, creo haberlo dicho en otra ocasión, tuve primero que aprender la historia de España. Sin ese marco, la historia de la “Tierra de Gracia” que entonces enseñaban no era otra cosa que una colección de fechas y acontecimientos, muchos de ellos falseados y mal estructurados. Con la historia de los países de Europa pasa otro tanto. Falla quien se proponga aprender esa historia como la suma de la historia de sus actuales naciones. La historia europea post Imperio Romano, solo se entiende cuando se enfoca a partir de la historia de sus distintas casas nobiliarias. Leer la historia aislada de países como Alemania, Polonia, Chekia, Eslovakia, Hungría, Austria, Macedonia, Servia, Montenegro, Croacia, Albania etc. es como ver pedazos mal recortados de una inmensa foto cuya totalidad no adivinamos visualizar. En lugar de leer la historia particular de esos países, debemos centramos en estudiar la historia de los Habsburgo, de los Borbón, de los Saboya, los Tudor…

Pensaba en todas estas cosas mientras me encontraba en el Castillo de Praga y dentro de éste, en la Catedral de San Vito viendo pintados en sus paredes los escudos de Castilla, Aragón y Navarra. ¿Qué hacían allí tan lejos de España? escuché que preguntaba un turista español a sus compañeros de viaje. Por pudor no quiero escribir la respuesta que le dieron. Pero la pregunta era muy válida y si buscamos la respuesta en la historia de Chekia, o la de España, no la encontraremos, sin embargo, si la buscamos en la historia de los Habsburgo, la hallamos rápidamente: La casa de Habsburgo nace en el antiguo ducado de Suabia, hoy en día Suiza hacia 1020-1030. Radbot de Habsburgo construyó el castillo que se convirtió en el asiento de la dinastía que posteriormente se convirtió en una de las Casas Reales más importantes de Europa. Desde el sudoeste de Alemania extienden su influencia hasta los extremos del sudeste del Sacro Imperio Romano Germánico, logrando en sólo tres generaciones, obtener el trono imperial desde 1273 hasta 1806.

Volviendo al caso de los escudos españoles en San Vito, brevemente diremos que después del matrimonio del Emperador Maximiliano I con María de Borgoña el Sacro Imperio anexa a los Países Bajos. Del matrimonio de su hijo Felipe el Hermoso con la hija de los Reyes Católicos, Juana “la loca”, nace Carlos I de España y V de Alemania, quien heredó España y su Imperio, Italia del sur y Austria. A su vez, su hijo Felipe II heredó en el 1580 Portugal y sus colonias. En definitiva: El Imperio donde nunca se ocultaba el sol. Además, la hermana de Felipe el hermoso, Margarita de Austria, contrajo a su vez, nupcias con el hermano de Juana “la loca” Juan de Castilla y Aragón único hijo varón y heredero de los Reyes Católicos, que sin embargo murió seis meses después, dejando a Margarita embarazada. Ella daría a luz a un varón muerto; al menos así lo cuenta la historia si bien de esa muerte nacen muchas intrigas y dudas…

Fernando I de Habsburgo que nació en Alcalá de Henares, era hijo de Felipe el Hermoso y de Juana I de Castilla y, por lo tanto, hermano de Carlos I de España. Era el nieto preferido de Fernando el Católico, y fue educado a la española por su abuelo. En un principio fue investido como regente, hasta la llegada de Carlos a España, pero el anciano rey lo revocó antes de morir favoreciendo a su hermano Carlos. En 1518 fue enviado a Flandes por los consejeros de Carlos V, con el ánimo de alejarlo de sus numerosos partidarios, que lo consideraban, por su educación española, como el auténtico príncipe nacional. Tras la muerte de su abuelo Maximiliano I, Carlos, su hermano le concedió en 1520 el título de Archiduque de Austria y en el tratado de Worms de 1521 la posesión de la herencia austriaca de los Habsburgo, los estados de la Alta y Baja Austria, Estiria, Carintia, y Carniola y posteriormente y por las conversaciones de Bruselas, el Tirol, la Alta Alsacia y el ducado de Württemberg. Por su parte su hermana María de Habsburgo, contrajo nupcias con el rey Luis de Hungría y Bohemia y el hijo de Fernando I de Habsburgo y de Ana de Bohemia, Maximiliano, fue Archiduque de Austria, Gobernador de España y de los Países Bajos, Rey de Bohemia y de los Romanos, Rey de Hungría y Emperador electo del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1564 hasta su muerte en 1576. Creo que ahora se entiende y explica, un poco mejor, la presencia de esos escudos con todo su orgullo y poderío en la principal Iglesia de Praga. ¡Qué descanso Dios mío!

En esta colectiva trataré de contar nuestra reciente experiencia por Praga, Bratislava y Budapest. Este era nuestro viaje oficial de vacaciones de verano y lo había programado en Marzo, con 5 meses de antelación, pues las plazas se reducen y los precios aumentan a medida que la temporada alta se acerca. Una vez con los boletos y hoteles asegurados, comencé mi sondeo buscando algún espectáculo que mereciese la pena y ¿que otro mejor que la Opera? Fue así como gracias a Internet compré tres plazas extraordinariamente ubicadas en la Opera del Estado de Praga para ver el Don Giovanni de Mozart que para mi fue el evento más importante de todo este periplo por varias cosas que en él concurrieron pues fue en ese mismo Teatro donde Mozart en 1787 dirigió y estrenó esa Opera e incluso los decorados, fueron una rehechura de los mismos que fueron usados en aquel estreno. De todas las obras musicales basadas en la leyenda de Don Juan de Tirso de Molina, la de Mozart es la más conocida y generalmente mencionada como la mejor. La ópera fue editada con el subtítulo de dramma giocoso (drama cómico), lo cual indica que no es ni completamente trágica ni cómica. Originalmente los actores alternaban entre recitativo hablado y arias, pero en las producciones como la que vimos en Praga se usó el recitativo secco compuesto por el mismo Mozart para sustituir el texto hablado. Recuerdo cuando hace años leí del filósofo danés Søren Kierkegaard su obra Enten - Eller (O lo uno o lo otro) en el que argumentaba que esta ópera es “la mejor obra de arte jamás realizada”. Un poco atrevida esta afirmación pues me pregunto, como muchos, que cosa será arte y que no y dentro de ese inaprensible universo del llamado arte, como discernir que una obra es mejor que otra y ya para colmo, que una valga más que otra. Por ello no puedo estar de acuerdo con la afirmación de Kierkegaard pero de que es muy bella no hay duda y con momentos realmente casi sublimes como el aria a guisa de serenata que canta Don Juan:

Deh, vieni alla finestra,
o mio tesoro,
Deh, vieni a consolar il pianto mio.
Se neghi a me di dar qualche ristoro,
Davanti agli occhi
tuoi morir vogl'io!
Tu ch'hai la bocca dolce
più del miele,
Tu che il zucchero porti
in mezzo al core!
Non esser, gioia mia,
con me crudele!
Lasciati almen veder,
mio bell'amore!


Las tres ciudades visitadas tienen una característica estructura medieval. En las tres encontramos castillos-ciudadelas como corazón, centro histórico y administrativo y a su derredor el resto de la ciudad, aunque Budapest se aparta un poco de este patrón pues siendo la confluencia de dos ciudades Buda y Pest es la primera la que mantiene el patrón medieval. También tienen en común la música, no solo desde el punto de vista histórico sino la sensación de estar a flor de piel y en plano inmediato. Normalmente las ciudades que han alcanzado un alto nivel cultural tienen al menos un Teatro de Opera, incluso puede que dos pero Praga, con solo millón y medio de habitantes se lleva la palma pues posee cinco teatros para la Opera.

Las guías de turismo suelen aconsejar que en Praga se visite principalmente: El castillo con todo lo que tiene dentro incluida la Catedral de San Vito, el Palacio real, el barrio judío, la Plaza de la Ciudad Vieja con el reloj astronómico, la Plaza de Malá Strana con el Templo de San Nicolás y la Plaza de Wenceslao. No pienso aburrirles con detalles de nuestra visita por esos connotados lugares pero si les comentaré algunas otras impresiones “ad latere”. Praga está abarrotada de edificios de belleza singular pero al inadvertido visitante se le pueden ir los ojos en los tópicos turísticos y dejar pasar las verdaderas joyas que se encuentran en los detalles arquitectónicos de sus edificios. Esto ocurre por igual en Bratislava y Budapest. Suelo en mis fotografías destacar principalmente estos detalles para deleitarme con ellos, post periplo, innumerables veces. Son detalles que hablan mucho de la ciudad en donde están y reflejan la idiosincrasia local. Ustedes podrán disfrutar de ellos una vez que termine de colgar en Internet los álbumes de fotos.

Y hablando de fotos, quiero aprovechar la oportunidad para manifestar mi protesta a esa malhadada política imperante de muchos lugares donde prohíben hacer fotos. Vamos a ver. Estamos de acuerdo en que no se debe usar el flash cuando lo fotografiado puede deteriorarse por la intensa luz del mismo, pero lo que no entiendo es que no se pueda fotografiar el mismo objeto sin usar el flash. Peor aún, que se pueda retratar un edificio o monumento con cámara a pulso humano y no con la ayuda del trípode; o que veten el uso del teleobjetivo y muchas otras estupideces al respecto. Yo desde luego trato, y muchas veces lo logro, de vulnerar esas irracionales prohibiciones. Me jacto de tener fotos de la Capilla Sixtina, del Doncel de Sigüenza, de interiores de Iglesias, de cuadros famosos, de Sinagogas, etc. Pero aun así me gustaría entender la causa de la prohibición de fotografiar esos lugares u objetos. ¿Acaso voy a pintar el mismo cuadro de Picasso? ¿Acaso no esta ya reproducido hasta la saciedad? ¿Piensan que voy a construir nuevamente y en mi pueblo la Catedral de San Basilio? ¿Estoy vulnerando la seguridad nacional por una foto? El que tenga la respuesta que la diga.

Pero aquí no termina la cosa. No me extrañaría que a algún loquero le otorguen, en breve tiempo, el Premio Nóbel después que declare que el “homo turisticus” es un bicharraco en el umbral de la esquizofrenia que padece un desfondamiento afectivo tan profundo que incluso llega a ocasionarle una perenne fijación anal. Escribía sobre las prohibiciones a las fotos, pues bien, el colmo es que en los sitios donde no esta prohibida, todos los turistas se quieren hacer una junto a los monumentos u otros tantos espacios de interés universal. Para ellos tiene el mismo morbo que la foto que se toma el cazador con el pobre león que ha caído, no por causa del flash fotográfico, sino del disparo. Y luego llegan a su tierra y su paciente familia le escucha: “Aquí estamos en la Torre Eiffel de París” comentario por demás baladí pues la torre se esta viendo con una claridad y patentidad que ofende, eso si, con él (ellos) en medio que de sobremanera, está (están) estorbando y contaminando la visión de la misma… y así “and so and so…” en cualquier sitio o cosa Notoria. Y para ello no hace falta que lo sea, solo basta que el guía turístico diga, ejemplo real acontecido en Praga, “que los cojones de ese caballo están dorados porque existe la tradición según la cual, a quien los toca le trae suerte” Y de inmediato como locos se lanzan a tocar las nobles partes del equino de bronce y por supuesto a tomarse la foto asido al símbolo del machismo animal. Otro tanto vi recientemente en París en el Cementerio de Père Lachaise, si bien esa vez eran fotografiadas las damas mientras frotaban jocosa y libidinosamente la abultada bragueta o paquete de la escultura que representaba al tieso difunto. Algo desde luego insufrible, de baja ralea y por demás de muy mal gusto. Y tu mientras tanto esperando como un tonto, pacientemente, y con los nervios en punta, un instante sin turistas para poder hacer una foto limpia antes de que llegue la inmediata horda de japoneses que se acercan “a paso de vencedores” a cumplir religiosamente con el mismo rito… Ya les digo; la vida del fotógrafo es muy dura, salvo la de aquél que se dedica a captar nubes o atardeceres…

Salimos de Praga en Autocar con dirección a Budapest. 530 Kms. separan ambas ciudades. Después de cinco horas de viaje llegamos a Bratislava la capital de Eslovaquia que hasta 1919 era llamada: Prešporok en eslovaco, Pressburg en alemán, Pozsony en húngaro, Požun en croata y Presburgo en español. Es la capital de Eslovaquia y está situada a orillas del Danubio, cerca de las fronteras con Austria y Hungría a unos 60 km de Viena, lo que convierte a estas ciudades en las capitales de país más cercanas de todo el mundo. Su historia, desde su fundación en el siglo X es desquiciante: se convirtió en la capital de Hungría entre 1541 y 1784. Después del triunfo en la batalla de Austerlitz, Napoleón obligó al emperador austriaco Francisco II a firmar el Tratado de Presburgo, y así Venecia pasó a manos francesas. En 1815 el Congreso de Viena, anexaba la ciudad al Imperio Austriaco y después del acuerdo de 1867, Bratislava, y resto de Eslovaquia, se integró al Reino de Hungría, en el Imperio Austrohúngaro hasta 1918. Cuando finalizó la I Guerra Mundial, después de creada Checoslovaquia pasó a llamarse Bratislava convirtiéndose en la capital de la provincia de Eslovaquia. Siguiendo su constante tónica de pérdida de identidad geográfica, dicha provincia, junto con las restantes de Checoslovaquia, fueron suprimidas en enero de 1949, por lo que la ciudad pasó a ser únicamente la capital de la recién creada región de Bratislava, que también fue eliminada en 1960. Como finale el 1 de enero de 1993 se convirtió en la capital de la República de Eslovaquia si bien no sabemos hasta cuando durará eso…

Allí nos esperaban para darnos un walking-tour por la ciudad y después una comida en un hotel. Nos bajamos en la ribera del Danubio en donde había muy cerca una iglesia. Después me enteré que en ella Beethoven había estrenado la “Misa en Re Solemne”. Ya eso me puso de los nervios por querer verla y casi revivir, mutatis mutandi, aquel grandioso evento. ¡Dios santo que maravilla sería escuchar allí el Sanctus de esa, la única misa que compuso el genio de Bonn! Deambulamos por la ciudad de sitio en sitio durante una hora. Le dije a la guía que ni mi pueblo podía verse en solo 60 minutos. Pero qué se le va a hacer; no se podía extender más. Business are business. Nos llevaron inmediatamente al hotel antes comentado para el almuerzo. Era un buen hotel pero para mi gusto pesado en su decoración y algo oscuro. El almuerzo era era en un espacioso salón con música de piano en vivo; dulces melodías españolas y latinoamericanas y por supuesto servido en mesa. No había visto la iglesia y me dije: Si en cinco minutos no traen el segundo plato me marcho. Y así lo hice. Me quedé sin comer y salí a continuar visitando la ciudad, que tiene muchos encantos que obviamente durante la visita guiada no habían podido enseñarnos. Lamentablemente la Catedral de San Martín, allí donde por vez primera se escuchó la Missa Solemnis in Re estaba cerrada. ¡Leches! Me quedó mal sabor y salí corriendo al hotel, pues casi pierdo el autobús. Jeannette que sufre pacientemente mis aficiones fotográficas, ya estaba desesperada. Yo, como niño con travesura recién cometida, sudando y con la cabeza gacha, me sentaba a su lado en el autobús y repetía una y otra vez: ¡menudo timo, menudo timo!

¡Ir a Bratislava por tan poco tiempo y encima perderlo en una comida! ¡Tiene tela! Y es que eso de las comidas en los viajes tiene también su intríngulis. Yo soy de aquellos que cuando viajan ponen su principal interés en ver el lugar que se visita. Por lo tanto, la comida está en un segundo o tercer lugar de importancia. Por ello suelo alimentarme allí donde me pilla la hora de hacerlo. No me importa si es un Mc. Donald’s o un restaurante con menú a la carta. La comida ha de ser en esos casos ágil y abundante; sin ritos ni pitos de acompañamiento. Sin embargo, cuando me propongo comer bien, vamos, lo que se dice COMER; entonces voy ex profeso al lugar elegido como quien va al Palacio Real. Entonces si que empleo el tiempo suficiente para cometer los más grandes pecados fruto del más excesivo, exquisito y dionisiaco sibaritismo. Eso si, trato que a mi lado nunca se cuele uno de esos típicos tunantes de época con un violín o una acordeón “deleitándonos” con cursis y melancólicas canciones de amor, lástima de revólver, y tratando de animarme con una tarantella. ¡Qué desesperación! Creo que es uno de los peores maltratos que me puedan hacer. De hecho, recuerdo que algunos viejos amigos de Valencia (Venezuela) conociendo mi exacerbado odio a dichos músicos, los muy cabrones, cuando me veían en un restaurante le pagaban a uno de ellos para que me diera la lata por un largo tiempo. ¡Si serán hi de puta! En fin, les perdono en la distancia. Para terminar este párrafo ahí les va una advertencia final sobre la comida local o folklórica. Yo comprendo e incluso comulgo con aquello de probar la comida del país o región que se visite. Pero hay que tener muy presente que en aquel lugar donde estás ocurre lo mismo que en España: Es en tu casa donde se prepara la paella como Dios manda, mientras que en Callao y la Gran Vía se prepara como la economía manda y principalmente para gentes que no tienen la menor idea de lo que es una buena paella. Lo mejor es pasar de ello o, en su defecto, jugar deliberadamente a la lotería gastronómica. Para ello lo aconsejable es comer allí donde lo hacen los del lugar. Otra cosa es que te guste o sepa bien lo que ingieres. Hay que entender que para quienes procedemos de países Mediterráneos lo tenemos muy canutas pues, inmediatamente compararemos con nuestros platos… es decir, ¡los mejores del mundo!

¡Buej! Llegamos a Budapest. La primera impresión que te llevas de la ciudad no es buena. Edificios sucios, bloques de la época soviética y un cierto caos. Después de alojarnos en nuestro hotel (que tenía el nombre de nuestra hija Isabel, pero en húngaro: Erzsebet) Salimos a dar un primer paseo por la principal calle peatonal de la ciudad; es decir de Pest. Pronto se hizo de noche y el espectáculo de luces a orillas del río Danubio es grandioso con sus barcos, sus puentes y sus grandes palacios. La capital de Hungría ha sido una de las más castigadas durante la época de ocupación soviética. Sus grandes edificios y monumentos fueron prácticamente dejados al abandono; por eso muchos de ellos se encuentran seriamente dañados, resquebrajados y malamente oscurecidos por el hollín de las calles. La mayor calamidad que ha ocurrido en estos países de la Europa del este ha sido que el mayor porcentaje de sus actuales funcionarios públicos son los mismos que anteriormente estaban durante el régimen ruso. Aquí como acullá, todo burócrata es una sanguijuela con una alta capacidad mimética para adquirir el conveniente color en todo momento. Mero color, porque dudo mucho que su mente tenga la misma capacidad de cambio. Esa camaleonera, es común, a las tres ciudades así como también, el odio hacia los rusos y su presencia durante más de 50 años. Me recordé muchísimo de mis amigos húngaros y del sufrimiento de sus familias al tener que emigrar a Venezuela. Hoy verán con verdadero horror lo que está ocurriendo en la República Bolivariana si es que todavía permanecen por aquellas latitudes.

En esta ciudad hay que visitar el Palacio Real, El Parlamento, la Basílica de San Esteban, la Ópera, el Barrio judío, principalmente la Sinagoga sefardita o española y un paseo en barco por el Río Danubio son, entre otros, algunos de los atractivos más importantes de la capital de Hungría. Además, entre Buda y Pest, en medio del otrora azul Danubio es obligada una escala en la Isla Margarita, que en su oportunidad los turcos convirtieron en harem y que hoy es el parque más agradable de la capital… Hungría es uno de los países en el mundo que más territorio ha perdido como consecuencia de las guerras e invasiones. Durante la 2ª guerra mundial fue aliada de la Alemania nazi, quien le prometió devolverles sus antiguas posesiones hasta el mar Adriático. Perdida la guerra, perdida también la esperanza. Así la Hungría de hoy no son mas de 93 mil Kms. cuadrados es decir la sexta parte del territorio de España y la onceava de Venezuela.

Uno de mis mandamientos cuando visito un lugar es visitar el mercado y el cementerio. No siempre puedo cumplirlo, si bien hago el intento. En ellos veo con claridad cómo viven y cómo mueren sus habitantes. Nada más entrar por la puerta principal del mercado de Budapest ya ni siquiera se sabe qué dirección tomar porque los puestos multicolores y los artículos presentados con tanto gusto atraen la atención desde el primer momento. Si logramos resistir la tentación de los primeros momentos y decidimos recorrer todo el edificio merece la pena empezar el recorrido por el sótano donde podemos apreciar todos los encurtidos típicos en la cocina húngara y comprar especias orientales. Subiendo desde la planta baja nos encontramos en medio del bullicio del mercado y aquí, zigzagueando entre la inmensidad de puestos y gentes, podemos recrear la vista entre verduras y frutas de toda clase y como reina de entre todas ellas, la papa, la patata. Hablaremos de ella más adelante. Después de subir las escaleras que nos llevan al portal, vale la pena pararnos un momentito y dar la vuelta porque así, desde esta altura se puede ver muy bien la inmensa estructura metálica del edificio y la enorme cantidad de puestos de venta. Cuando ya hemos recorrido todo el edificio nada mejor que dar un paseo por los puestos donde se fríen longanizas, pescado y tartitas de harina hecha a la sartén, que realmente se apetecen y poder ver cómo es la forma de comprar y regatear de los ciudadanos. De allí puede que salgas impregnado con un olor ácido proveniente de las comidas que se preparan y engullen masivamente pero también un tanto bizco después de haber visto santísimas cosas.

En Budapest son famosos los balnearios, que para estos países carentes de playas son un buen sucedáneo. Los principales son: el Széchenyi, el Rudas, el Király y el Guellért. Prácticamente todos son una de las herencias que la invasión y dominio turco dejó en la ciudad. Los edificios en donde se encuentran son verdaderos Palacios de refinadísimo gusto. Destaca el de Guellért, el más antiguo de todos y prácticamente un símbolo de Budapest. Se encuentra justo al lado de la Plaza St. Gellért y en la cabecera del Puente Szabadság. El edificio es imponente, maravillosamente decorado con elementos húngaros y orientales es a un mismo tiempo ligero y monumental. El vestíbulo de entrada está decorado con pilares y estatuas de mármol. En su amplio atrio de 700 metros cuadrados y dos plantas, destaca el un espectacular techo de cristales, pero es en los detalles, pilares, estatuas, mosaicos multicolores, jarras, etc. Donde se descubre esta obra maestra de las artes aplicadas. Desde luego una excelente decisión después de un día largo de visitas sumergirse en esas cálidas piscinas que nos llevan al mundo mágico de los baños turcos.

Un destacado rey de Hungría durante el siglo XV, Mathias Corvino, contrajo matrimonio con Beatriz de Aragón. Ella descendía de la vertiente napolitana de la Corona de Aragón; su padre fue Ferrante, hijo bastardo de Juan II el padre de Fernando el Católico; matrimonio que como era la costumbre escondía importantes ambiciones diplomáticas europeas. No es una casualidad el que el hermano de Beatriz, Giovanni, llegara a ser Arzobispo de Hungría. Beatriz designó, en su testamento (que data del año 1508) a Fernando el Católico como heredero de todos sus bienes. Pero ello nunca significó que tuviera acceso al trono húngaro, a pesar que la Corona de Aragón se considerara así misma y por mucho tiempo, la legítima heredera del título de Rey de Hungría. Reino muy apetecido pues desde finales del siglo XV, gracias a los éxitos obtenidos en las guerras contra los turcos, el Reino de Hungría fue visto con especial simpatía y codicia por España. De este modo se explica lo escrito al comienzo de esta fastidiosa colectiva, que María de Habsburgo hermana mayor de Carlos I, rey de España y emperador de Alemania llegara a ser esposa de Luís II, Rey de Hungría y Bohemia. La Casa Trastámara nunca logró el Reino de Hungría, aunque Beatriz hizo cuanto pudo por logarlo incluso el casarse secretamente por segundas nupcias con Ladislao Jagellone Rey de Bohemia, casi inmediatamente después de la muerte de Mathias Corvino. ¡A rey muerto, rey puesto! ¿Cuál fue el mayor aporte de Beatriz al pueblo húngaro? He aquí la respuesta: La papa o patata. El tubérculo que calmó el hambre del mundo entero, usada por los indígenas de Perú desde hacia 8 mil años y llevada del Nuevo mundo a la vieja y hambreada Europa, primero plantándose en el Hospital de Sevilla para proporcionar comida a los enfermos. Y de allí hasta Vladivostok. ¡Na guará!

Mientras tanto, Carlos I de España y V de Alemania, como nos enseñaron cuando estudiamos la historia de Venezuela envió a los Welser para su conquista. Nos enseñaron con el libro del Hno. Nectario María, que el primer gobernador fue Ambrosio Alfinger, que utilizó como base la isla de La Española, y que desde allí llegó a Santa Ana de Coro (único asentamiento en Tierra Firme), después exploró la ribera del Lago de Maracaibo y fundó la ciudad del mismo nombre. Pero el pobre Alfinger murió en 1533 asesinado por los nobles indios caribes. A Alfinger le sucederán como gobernadores y exploradores de Venezuela otros alemanes, como Nicolás Federmann, Georg Hohermut (Jorge de Spira) y Philip Hutten, quienes exploraron la cuenca occidental del Orinoco, Los Llanos y las estribaciones de los Andes venezolanos cerca de la frontera con el Virreinato de la Nueva Granada (hoy Colombia). Hasta aquí llegaba la “colección de fechas y acontecimientos, muchos de ellos falseados y mal estructurados” como escribí al inicio de esta misiva. La pregunta clave, nunca planteada en nuestras clases de historia es: ¿Por qué el rey Carlos I le entrega a los Welser, para su conquista el territorio de la Gobernación de Venezuela? He aquí la respuesta. Los Welser eran banqueros y habían prestado muy importantes cantidades de dinero a los Habsburgos que emplearon en costear sus guerras; unas para evitar el avance turco y otra contra la corona de Francia en la batalla de Pavía. Arruinada la Imperial España, (Felipe II decretó la primera bancarrota en el 1560) la manera de cobrarse el préstamo fue: “Os doy la Gobernación de Venezuela. De lo que allí encontréis en oro, cobraros” Así vemos cómo la historia de la familia y casa real de Habsburgo es más esclarecedora que la de los países en particular y la historia de España, más que la de Venezuela, al menos tal y como nos la contó el buen Hermano Nectario María siguiendo los absurdos lineamientos del Ministerio de Educación ¡Ahí queda eso…!

Afortunadamente, ya termino esta. Cuento con vuestra paciencia y piedad. Prometo no escribiros en un buen tiempo, por ello recibid un fuerte abrazo y que os sea breve. ¡Benedicamus dominus!


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TITULO: Divisa de la Casa de Austria: "Hagan otros la guerra, tú Austria feliz, concierta matrimonios"

04 agosto 2007

MOCKBA



La chiquilla era torpe hablando en inglés, y yo muy torpe negociando. La matriushka me había fascinado. Mi esposa me advirtió de manera tajante no comprase ninguna. Pero esa no era una matriushka cualquiera, como aquellas con la cara de Putin o las de rusa ingenua que venden en todos los puestos ambulantes de la Arvat Ulitsa. Me dijo que el precio eran 5250 rublos (150 Euros) ¡Una barbaridad! Exclamé yo. ¿Cuánto quiere pagar el señor? No sé -contesté- La muñeca mayor era una especie de capilla adornada con la imagen a caballo de San Jorge, el patrono de Moscú y que deja ver en su interior otra con la imagen de la virgen y el niño pintados con la ancestral técnica utilizada para iluminar los conocidos iconos rusos. La chica me dijo: Es muy valiosa, son siete figuras todas pintadas siguiendo la más autentica tradición religiosa. Fue descubriendo una a una cada una de ellas. ¡Eran una belleza! Pero antes de caer en esa costosa tentación le dije que era muy cara y acto seguido hice por salir del local. Ella al ver mi actitud me dice: Se la dejo en 4000 rublos... De esa manera empezaba el típico regateo, tan popular en Rusia y tan desestabilizante para mí como comprador. Tenía la matriushka en mis manos e insistía: Señor, todo lo que ve dorado es oro auténtico... No puedo, le dije, es muy cara. No sabía que hacer y para liberarme del acoso de ella así como de la atracción que en mi ejercía la matriushka, le ofrecí 50 euros. Ella con aplomo sacó una calculadora y en breve tiempo me dice: Es suya. No podía creerlo ¡era mía! Reconozco mi alegría del momento que segundos después se vio perturbada: ¿Y si hubiese ofertado 30 Euros? me pregunté.

Rusia entera es una especie de Gran Matriushka; una continua caja de sorpresas, una muñeca desconocida que a su vez contiene en sus entrañas otras y así en una cadena que parece interminable. 20 mil millas a punto de vencerse ganadas en American Airlines decidieron mi viaje a Moscú. A partir de allí todo fue descubrir una matriushka tras otra... La primera de ellas la obtención de visado. Después de 73 años de Comunismo, no ha sido fácil deslastrar a la burocracia rusa de los temores y costumbres de la época soviética. Este trámite implica: la obtención de un seguro de viaje por una compañía aceptada por el gobierno ruso, una invitación oficial de un organismo o familiar o amigo, una foto, y un detalle exacto de los días que vas a estar en la Federación Rusa. Si por accidente estas un día adicional a los indicados en la visa, enfrentarás serios y costosos problemas con la siguiente matriushka de turno: la policía o "militzia" como allí la llaman.

Llegué sin novedad al aeropuerto de Domodedovo, a unos 60 kms. de Moscú y hoy en día su principal puerta de entrada. Me dirigí deprisa a la aduana, eso si, metiendo el ojo por todas partes. Vi el techo, el piso, la estructura y me dije: Esto no es otra cosa que un galpón (Nave) industrial revestido. No sin temor presento ante el funcionario de turno mi pasaporte junto con el formato de entrada por duplicado. Ya sabía que tenía posteriormente que presentar ante la policía mi visa para que fuese registrada y entregar el duplicado en cuestión. Afortunadamente ese trámite lo realizó mi hotel por la módica suma de 1000 rublos...

Pasada la aduana trato de ubicar inmediatamente una oficina de cambio, pues fuera de Rusia no hay rublos y ya con rublos en el bolsillo, corro hacia la taquilla en donde expenden los tickets para tomar el tren que me llevará hasta la estación de metro de "Paveletskaya" El tren me pareció cutre, deteriorado. Sin aire acondicionado y a 30° C. Al comenzar a andar, me alarmo al escuchar los golpes que se dan los vagones cuando uno tras otro se empujan para comenzar el trayecto. Me puse en positivo y traté de vivir aquello como una de las escenas descritas por Boris Pasternak en Doctor Zivago. Me deleité viendo los bosques y estepas que ofrecía el paisaje, sin ahorrarme por ello de alguna que otra viruta que entró en mi ojo desde el exterior. Me fijaba en la familia rusa que estaba junto a mi, al otro lado del pasillo: Una típica madre rusa, gorda, robusta, parlanchina, con pañuelo en la cabeza junto a su hijo y su nieto menor mientras que en asiento trasero se encontraba la esposa de éste con el mayor de los hijos. Un poema vivo de jerarquías y costumbres que ni el mismísimo Gogol hubiese podido describir tan agudamente. Como suele ocurrir, estaban centrados en los chavales, tratando de darles de comer ¡qué obsesión! y controlando la insufrible hiperkinesia de las criaturas. El ruso mira a la cara, no se esconde en hipócritas vistas de reojo, ello me obligó a ofrecerles una sonrisa abierta y sincera, que cumplieron de inmediato en devolverme.

El viaje es ese tren dura 45 minutos. De pronto aparece ante mi una bella joven rusa (las hay a montones) solicitando mi ticket. Creo recordar en donde lo guardé pero fallé. Me puse nervioso pues noté que no se iba de mi lado mientras el ticket no aparecía. Le dije que yo había comprado el ticket. Me sonrió y seguía esperando. Por fin después de unos tensos momentos di con el dichoso ticket y ella lo perforó. Respiré profundo y tranquilo, pues creo que me salvé de la policía, de una multa o del escarnio de todos los pasajeros del vagón. ¡Qué terror!

La llegada a Paveletskaya me recordó el "Nuevo Circo" de Caracas. Una vez allí mi siguiente matriushka era comprar un ticket de 20 viajes del famoso metro de Moscú. La algarabía reinante y la gran cantidad de gentes yendo y viniendo se percibían más como una manifestación política que como un intercambiador de transportes. Cuando intento pasar la barra para acceder al metro, me piden nuevamente el ticket del tren de Domodedovo. El mismo ticket que breve tiempo atrás estuvo a punto de enviarme tras las rejas de un oscuro calabozo moscovita. Esta vez sabía en donde estaba y la mujer lo introduce por la maquina permitiéndome ¡oh querida libertad! El paso. En aquel desconcierto me encuentro con un británico de unos 70 años que estaba dramáticamente perdido en aquel aluvión de gentes vociferantes y letreros en cirílico. Vio el cielo abierto conmigo. Nos colocamos en la cola y esperamos nuestro turno. Una vez en la taquilla, le digo, en inglés, a la vendedora que me de dos tickets de 20 viajes, a lo que sin otro discurso nos dice de manera rotunda y sonora: Niet (No, en ruso) empezaba yo a hacer señas tratando de explicarle cuando de pronto, casi ex nihilo, aparece un joven y me pregunta en perfecto inglés si tengo algún problema. Vi el cielo abierto. Creo que de no ser por la intercesión de ese muchacho todavía estaría allí bregando con la rusa de la taquilla mientras que el espontáneo amigo inglés ya tendría los ojos desorbitados ante tanto desconcierto.

El metro es el premio Nóbel de las matriushkas de Moscú. No voy a gastar tinta hablando de la belleza de las estaciones; además pronto les invitaré, entre otros, a ver un álbum de fotos que dedicaré exclusivamente al deleite de esas preciosas estaciones que se encuentran, lamentablemente, en avanzado estado de deterioro. Yo me dirigía a la estación de "Mayakovskaya" y el british a la de "Smolenskaya" con mi mapa del metro que sabiamente había impreso de Internet en Madrid, (el metro de Moscú no regala planos) le indiqué la línea y el número de estaciones hasta llegar a su destino. Hoy en día rezo por él pues no me extrañaría en absoluto, que todavía se encuentre deambulando entre la intrincada red del metro de Moscú topándose, una y otra vez, con la inquisidora mirada de Lenin mientras trata de descifrar los caracteres cirílicos. Por eso, si Mike llegó a la estación de Smolenskaya tuvo que lidiar con otras dos estaciones: "Kievskaya" y "Arbatskaya". Ocurre, que en Moscú, cada línea de metro le da un nombre distinto a la misma estación que en oportunidades son estaciones distintas pero reunidas en un mismo lugar. Para más INRI todos los avisos están en ruso y para colmo, el nombre de las estaciones no es visible desde el tren; por ello, para saber el nombre de una estación te tienes que bajar del tren, esperar que este parta y después identificar la estación en la cual te encuentras. Si no era aquella a donde querías llegar, pues toca esperar el siguiente tren y continuar el camino. Impresiona lo profundo que se encuentra el metro. Conté por mi reloj, dos minutos bajando en una interminable escalera mecánica hasta llegar al andén. Preguntando sobre esto me informaron que lo hicieron así para que sirviese como refugio anti-nuclear por si a los malvados gringos les daba por lanzarles unos cuantos pepinazos. Afortunadamente no fue así y el único bombardeo del campo gringo fue el de la moda de vestir, la música y las cadenas de franquicias internacionalmente conocidas como mac donal's, hard rock caffe, starbucks, pizza hut, berger king, Sbago y otras tantas.

Ese cuadro define a la población rusa de hoy. Las personas de menos de 35 años son más occidentales que nosotros mismos. Visten al último grito de la moda, pero de manera masiva y solo les da por escuchar la música "alienante" de los grupos de rock que están en el top del hit parade. Aman Europa y les encantaría que Rusia formase parte de ella en un futuro no lejano. La mayoría habla inglés o desearía hablarlo pues chapurrearlo, todos lo hacen. Son de carácter alegre y les agrada muchísimo socializar. En el lado oscuro están los que tienen más de 35 años. Son gentes que padecen mucho temor por los cambios que están sufriendo en su amada Rusia. No hablan otro idioma que el ruso y tienen ojeriza a todo lo occidental menos a un Mercedes Benz de la clase C. Recordemos que durante el Régimen soviético habian dos clases de personas: los funcionarios y los obreros. Los funcionarios pensaban que su trabajo era pagar a los obreros con cuotas de racionamiento y algunos rublos y los obreros pensaban que su trabajo era cobrar lo que les daba el funcionario. En definitiva, que nadie prácticamente trabajaba, como corresponde a un país 100% Estatal cuya única producción era la extracción de materias primas (el petróleo, gas y otras) y exportar la "Revolución Socialista" al resto del oprobioso mundo hundido en las aberrantes y tenebrosas contradicciones del capitalismo.

De la noche a la mañana, el funcionario se quedó sin nada ni nadie a quien pagar ni el otrora obrero obtuvo "el chollo" del Estado. Y eso de tener ahora que buscarse diariamente las habichuelas "con el sudor de tu frente", pues les tiene por el camino de la amargura. Hay que comprenderles; fueron 73 años de adoctrinamiento que casi pudo con todo. Que lejos quedaba aquel sueño que una vez expresó Máximo Gorki cuando escribió: “¡Es realmente magnífico! -dijo él, frotándose las manos, y con una ligera risa, añadió-: Estos días los he pasado de una forma muy extraña; he estado todo el tiempo con los obreros, les he leído cosas, les he hablado, les he observado. Y de ellos he recogido algo bueno y puro. ¡Qué admirables gentes, Nilovna! Hablo de la juventud obrera; son sólidos, sensibles, llenos de un entusiasmo por comprenderlo todo. Cuando los veo, me digo que Rusia será la democracia más deslumbrante de la tierra.”

Ya lo he dicho en otra colectiva. Mi último jefe en Citibank decía que hay dos cosas contra las cuales es vano luchar: el Mercado y la fe en Dios. Ese parece que fue el gran error del Comunismo luchar contra ambos y ambos le salieron, siete décadas después, respondones. Stalin no tardó en hacer volar por los cielos la Catedral de Cristo Redentor, la más grande Moscú y en su lugar hizo una piscina pública para que "el pueblo" la disfrutase. Al día siguiente de la caída del comunismo, se comenzó la construcción, nuevamente, de la misma Catedral con aportes de los fieles y ¡del Gobierno! Entrar en una Iglesia en Moscú es una experiencia que no debemos dejar pasar, no solo por la belleza de sus torres con bóvedas doradas y panzudas que parecen de lejos como velas encendidas eternamente a los santos, sino por ver el grado de devoción que existe en la gente. Como antaño, la Iglesia tiene el monopolio de la venta de los artículos a ser utilizados en el ritual ortodoxo y es receptora de las dádivas de sus fieles. Nunca he oído hablar de instituciones de caridad o educativas por parte de la Iglesia rusa así como ocurre en la Iglesia Católica. En Moscú hay miles de Iglesias y de entre todas ellas destaca, para mi gusto, la Catedral de San Basilio; esa que por sus colorines parece un pastel y que se encuentra en la mismísima Plaza Roja.

Mi primera noche en Moscú no quería desaprovecharla y ni corto ni perezoso cogí mi cámara, teleobjetivo y trípode y como quien va a la guerra me dirigí a la Plaza Roja. Es un verdadero embeleso ver la Plaza Roja de noche. Quise fotografiar a San Basilio que estaba como un lirio en todo su esplendor y para ello dispuse mi trípode, cámara y teleobjetivo. Cuando ya estoy a punto del "click" siento que unos militares, de los que cuidan el mausoleo de Lenin, le dan al trípode unos golpecitos. Entendí lo que me querían decir: solo estaban permitidas las fotos con manos. Algo así como irte por un camino vecinal en lugar de una moderna autopista. Pues nada, recogí mis bártulos, aumenté el ISO en la cámara y me di el gustazo de tomar cuanta foto quise, si bien técnicamente no era la mejor manera.

Al día siguiente entré en esa Iglesia y quedé impresionado por su colección de iconos, su arquitectura y decoración y ¡menuda suerte! el canto en vivo de los solistas del coro. La música y los cantos religiosos rusos son tremendamente profundos y melancólicos y logran ponerte los pelos de punta. Por un momento paralicé mi visita para solo disfrutar del excelentemente acompasado y equilibrado canto a capella de aquellos solistas. La estructura de la Iglesia actúa como una magnífica caja de resonancia equivalente a unos buenos micrófonos ¡Una verdadera maravilla que solo por eso bien vale la pena un viaje a Moscú! Y después a seguir tomando fotos que para eso pagué una cantidad adicional a la entrada.

Fui por poco tiempo; tres días netos y tenia, por ello, que ser eficiente en mis visitas. La almendra de Moscú está dividida en cinco partes: El Kremlin, la Arbatskaya, la Tverskaya, la Plaza Roja/Kital Gorod y el Zamoskvoreche. Mi hotel estaba excelentemente ubicado lo cual me facilitaba muchísimo aprovechar el tiempo. Tomé la decisión de no visitar ningún museo ni galería pues suelen emplearse en ello un tiempo sensible que después te hará falta para visitar la ciudad. Queda así para mi próximo viaje a esa ciudad la tarea de ver toda esa riqueza artística que se guarda bajo techo. Zamoskvoreche está al lado sur del río Moska. Es un lugar en donde abundan iglesias y conventos además de ser famosa por albergar la Galeria Tretiakov que tiene el mayor número de obras de arte ruso en el mundo. Caminando por sus calles me topé con un para de japonesas que me preguntaron por la galería. Gracias a mi guía turística pude informarles, pero noté que una abuela rusa con su nieto me escuchaba. Seguí mi camino y la abuela se devolvió para decirme, a su manera, que debía ir a la Galería. Se lo agradecí y seguí caminando. Al poco rato nuevamente se devolvió con el mismo consejo y yo de igual manera respondí lo mismo a su jerga rusa. Ya más adelante la cosa se puso caliente y casi como si fuese mi madre me reclamaba el por qué no iba a la Galería. Yo, perito en el arte andaluz del trato arremetí contra ella en viva voz explicando mis razones para no ir. Al final, como era de esperarse terminamos riéndonos los dos y dándonos un fuerte abrazo y un beso. Una foto de ella y su nieto la verán próximamente. Y es que es cierto eso que una vez leí en Dostoiewsky que el carácter del ruso y el español son muy parecidos: gente que le encanta hablar, protestar por todo, tirar papeles en los bares y calles y pelear hoy para darte besos mañana. Hay solo una gran diferencia: el ruso es un pueblo alcoholizado quizás debido a a las penurias heredadas del comunismo y a su dramático clima que invierno llega con facilidad a 40º bajo cero. El pueblo español sabe beber; ojo, hablo en términos generales, pues por conocer todos les conocemos...

Otra experiencia digna de mención fue la que me ocurrió cuando paseaba por la calle de Arvat que es el paseo peatonal más importante de la ciudad. Tenía calor y estaba cansado. Hay muchas terrazas por lo tanto me senté en una de sus mesas y me atendió el camarero en ruso. Le respondí en inglés pidiéndole una buena cerveza; buena por tanto por la cantidad como por la calidad, pero que fuese cerveza rusa. Pasado un rato le solicité algo para acompañar la cerveza y terminé pidiendo una ración de patatas fritas. Casi terminé la cerveza cuando el camarero se percató que todavía no me habían traído las patatas cuando de pronto escucho que le dice en perfecto español caribeño a su compañero: ¡Coño hermano cuando carajo le vas a traer las papas a este hombre! Jajajaja, resultó ser cubano quien me atendía. De allí en adelante éramos “camaradas” Vivía en Moscú desde hacía 12 años, estaba casado con una rusa y tenia un hijo. Añoraba Cuba y no era del todo contrario al régimen castrista. Me dijo: pero hermano no todo es malo a lo que contesté: es cierto, pero si me obligan a ir al cielo, protestaré. Las cosas son verdaderamente buenas cuando hay libertad. Hablamos de todo un poco y creo que lo pasamos bien. Se notaba que tenía deseos de hablar en español. Antes de estar en el negocio de la refacción había sido importador de frutas de España y otros lugares. Le pregunté si había importado fresas de España y me dijo que si que de Huelva y yo insistí: ¿de Moguer quizás? Por supuesto me contestó, las mejores de todas! ¡Cosa más grande hermano! Le dije yo al tiempo que le aclaré que ese era mi lugar de nacimiento. El mundo es un pañuelo, chiquito, chiquito decía él….

¡Uy! ¡Que largo va esto! Empezaré a recortar a guisa de no fastidiarles demasiado y para ello nada mejor que comentarles mi última matriushka: el regreso. Por aquello de los controles aduanales y visados salí con mucha anticipación hacia el Aeropuerto siguiendo la misma ruta que me trajo al hotel. Una vez en la estación de Paveletskaya perdí algo de tiempo tratando de ubicar allí donde comprar el ticket del tren a Domodedovo. Me dice la mujer en guardia que el próximo tren sale a las 3:15 que era la hora perfectamente estimada por mi. Cual no es mi sorpresa que pasan las 3:15 y el tren no llega. Empiezo a preocuparme pues las consecuencias de perder el avión eran dramáticamente colosales pues no tenía permiso en mi visa para quedarme ni un día más. Me acerco a un hombre que también estaba esperando el tren y me dice que ya está acostumbrado a perder los vuelos por culpa del tren que viene y va un poco a su aire. El era un técnico petrolero ruso y se dirigía a Yemen. A las 4:00 llega el tren y eso me daba margen solo de una hora para tomar mi vuelo. Llegué al aeropuerto y me puse como un loco a preguntarle a todo el mundo en donde se encontraba el desk de Iberia. Nadie me podía ayudar pues no hablaban inglés. Entonces fue cuando cogí lápiz y papel y escribí en Cirílico ИБЕРИА (IBERIA) y ЕСПАНИА (ESPANIA) pues no conocía el equivalente cirílico de la "ñ" española. Se lo mostré a una muchacha y ¡Bingo! Me llevó casi de la mano a los mostradores de la Línea Aérea. Fue gracioso pues la chica me dijo (resultó que hablaba algo de inglés) que había escrito mal "España". Nunca imaginé que mis muy remotas clases de griego y el ajuste de cirílico que aprendí días antes de salir de Madrid, me fuesen a ser de tanta ayuda. Ya de nuevo con el aire en el cuerpo corrí a los controles de embarque y mi depresión fue total cuando vi una inmensa cola y delante de mí 4 japoneses. Cuando les tocó a ellos les atendieron en grupo pero me hacia cruces viendo como el japonés hablaba su inglés al tiempo que la rusa hacia su mejor esfuerzo por entenderle. Yo pensé que perdía el vuelo, pero afortunadamente todo se arregló a tiempo. Una vez en vuelo, me preguntó la aeromoza si quería algo del bar. Le pregunté si tenía algún Ribera del Duero y me contestó que si. Déme usted un par de botellitas… Lo serví en la copa; su color granate intenso casi hablaba y mientras lo degustaba recordaba aquella copla de:

"el vino que hay en mi tierra,
bebido en tierra extraña,
que bien que sabe ese vino,
cuando se bebe lejos de España"



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TITULO: Moscú