12 noviembre 2005

HABET MULTUM IUCUNDITATIS SOLI CAELIQUE MUTATIO

Queridos todos:

En el tren de cercanías abro el periódico gratuito del día, que oportunamente trae, inserto, un capítulo del quijote. Específicamente el XI “De lo que le sucedió a Don Quijote con unos cabreros”. Es maravilloso el esfuerzo que se ha hecho durante este año en divulgar la obra cumbre de Cervantes. Reconozco mi debilidad por él y no puedo dejar de comenzar a leerle. Hay un párrafo estelar, un Highligt en ese capítulo que dice así: ¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío! Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que izar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano sin interés alguno la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas estacas, sustentadas no más que para defensa de las inclemencias del cielo. ¡Quien iba a decirlo!; donde quedan después de esto El Emilio de Rousseau, o La Utopía de Tomás Moro ¿Se adelantó Cervantes imaginando el escenario final del materialismo dialéctico?

Es un texto estremecedor que no tiene desperdicio y que continúa así: Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada, ofrecía por todas partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle, y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas de verdes lampazos y hiedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas, como van ahora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No habían la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado... Una vez finalizada esta singular arenga, uno de los cabreros le invita a terminar de cenar y escuchar la canción de uno de sus compañeros. Yo levanto mi cabeza y miro a mi alrededor en el vagón del tren de cercanías. Allí se encuentran los cabreros de hoy día: Rumanos, subsaharianos, polacos, marroquíes, ecuatorianos y, cómo no, españoles; todos buscando su sustento diario con un esfuerzo mayor que izar la mano, en una lucha constante por lo tuyo y lo mío, en una tierra en donde escasea el agua, en donde ser doncella es signo de atraso y peor aún, en donde los jueces siempre se van a casa sin terminar su trabajo. ¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos...!

Esos Rumanos, subsaharianos, polacos, marroquíes, ecuatorianos y españoles migrando de su tierra de origen para buscar el sustento en otra tierra nueva para todos ellos, en el caso de los españoles a Madrid, donde la inmensa mayoría viene de otras provincias e incluso de Latinoamérica. Migrar en búsqueda de comida ha sido el elemento pivotante de toda la humanidad. En su última colectiva mi hijo Manuel nos narra que los descendientes de nuestro antepasado más lejano (hace 80 mil años) el “Adán Euroasiático”, un africano con marcador genético M168, migraron durante el paleolítico, buscando nuevas tierras abundantes en animales para cazar, cuyo número había aumentado sensiblemente gracias al clima reinante provocándose una mutación genética, ventajosa a esos descendientes, pues les permitió el uso de herramientas más sofisticadas y una comunicación/arte rudimentario. Más recientemente, y le cito: “unos 45.000 años atrás, surge el marcador genético M89 de un antepasado directo mío. Este marcador, que proviene de esta línea del “Adán Euroasiático”, define a una gran población de cazadores que migró al Medio Oriente. Este marcador, lo tienen un 90-95% de los habitantes del planeta no Africanos. Mucha gente con este marcador se quedó en el medio Oriente, pero muchos otros continuaron sus migraciones por Irán y las estepas de Asia Central, probablemente estimulados por las manadas de Búfalos, antílopes y otros animales que pululaban por la zona. Poco a poco, este linaje fue poblando el resto de Euro-Asia. Un poco más cercano en el tiempo, hace unos 10.000 años, definido por el marcador genético M172 nace mi Halogrupo, el J2. Que identifica a los primeros agricultores de la revolución neolítica, afincados en lo que se conoce como “la media luna fértil” quienes con estas técnicas de siembra y cosecha dejaron la vida nómada y fueron los primeros en organizar comunidades y ciudades modernas. Este marcador M172, es encontrado en el Norte de África, el medio Oriente, y en el sur de Europa, en el sur de Italia se encuentra en el 20% de los habitantes, y en el sur de España en el 10%. Entre las obras rastreables de mis antepasados directos, está la ciudad de Jericó, una de las ciudades más antiguas de las que se tenga conocimiento. Y hasta aquí llega el estudio, hay que destacar que este estudio fue hecho al cromosoma Y, por lo tanto se refiere a mi ascendencia paterna, es decir, rastrea a mi padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo, etc. ….” Parece pues cierto nuestro antepasado judío.

Dentro de esas migraciones se encuentra la que hicimos a Venezuela siendo el fundamento y líder de ella nuestro familiar Oscar de Diego, alias Kacike. Su migración, primero a Francia (Abril de 1947) y luego a Venezuela, (Junio de 1948) fue en extremo relevante para nuestra historia reciente y ese intento lo narra, en una de sus cartas a Rotellar (Trúo), y que por su valor histórico me permito copiar. Dice asi: “Empezaremos por recordar que al llegar a Francia nos alojaron en el campo de inmigración de Mérignac, cerca de Bordeaux. Que de allí nos escapamos hasta Burdeos y después de algunas peripecias salimos contratados temporalmente por la empresa Aciéries de Longway, tú de ayudante en el laboratorio y yo de tornero. La empresa nos proporcionó uniformes de trabajo (con cargo a nuestro salario) hechos con una basta tela azul. Vivíamos en la buhardilla que nos alquiló la familia Pichard con entrada por la puerta de servicio en la calle Minvielle. Frente a esa puerta había un cuchitril donde una viejita, de origen español, vendía chucherías para los niños. Y empezamos con el pape-leo, los recépissés comme ressortissants espagnols, que legalizaban nuestra estadía en la douce France. Conseguimos los titre d’identité et de voyage que era el pasaporte utilizado para los miles de refugiados y apátridas de toda clase que pululaban por aquella Europa hambrienta recién salida de la guerra. En la calle, por casualidad, conocimos a Alejandro Salvador y a Ruiz con quienes hicimos buena amistad y nos orientaron en esos primeros meses. En el Consulado venezolano nos estamparon los visados de entrada a Venezuela como inmigrantes. ¡Ya podíamos salir hacia nuestro destino, Venezuela! Lo único que nos faltaba era el pequeño detalle de cómo costear el viaje. Nuestros salarios eran apenas suficientes para el vivir diario aunque ahorrábamos algunos francos todas las semanas y disponíamos de unas cuantas pesetas que todavía conservábamos entre nuestros cachivaches. Temíamos una espera larga y decidimos optar por el atajo: embarcar como marineros. Hicimos la oferta en la Compagnie Générale de Navigation, pero educadamente nos negaron esa posibilidad. Visitamos varias veces el puerto para observar el movimiento de los barcos. Un día subimos a un barco americano, y al gringo que estaba de guardia le solicitamos permiso para hablar con el capitán y nos ofrecimos como marineros sin paga hasta que el barco recalara en La Guaira o en algún otro puerto venezolano. Imposible. Decidimos optar por la aventura y embarcar como polizones en cuanto se presentara la ocasión. Ésta se presentó en forma de barco con bandera panameña que zarparía durante el fin de semana. Ese viernes por la tarde, después de salir de nuestros trabajos respectivos, preparamos nuestros equipos de embarque: los uniformes de trabajo de tela azul y unos pequeños paquetes con comida de huevos duros, pequeños objetos personales y nuestra documentación y pasaportes. Confiamos a la viejita de origen español nuestras intenciones y le entregamos las llaves de la puerta de la calle y de la buhardilla diciéndole que si para el lunes no habíamos regresado es que ya estaríamos navegando, en cuyo caso debería entregar las llaves a la familia Pichard. Cenamos en la buhardilla, esperamos hasta que se hiciera noche oscura, llegamos al puerto, nos escondimos en las sombras frente al barco elegido, y en horas de la madrugada, en silencio, trepamos por los cabos de amarre hasta la borda del barco y saltamos a cubierta. Siempre a hurtadillas, como gatos, nos escurrimos por una boca de ventilación hasta la bodega y allí nos instalamos en el techo, bajo cubierta, entre las alas de una viga H. Durante la inspección rutinaria llevada a cabo por la marinería, antes de zarpar, nos descubrieron, nos llevaron al capitán quien nos retiró los pasaportes diciendo que nos serían devueltos en la Prefecture de Police. Y así, sucios y soñolientos nos sacaron al muelle. Nos dirigimos a una playita del Garona donde nos bañamos y lavamos la ropa de la mugre recogida en el barco. Ya era sábado en horas de la tarde cuando regresamos a la rue Minvielle, visitamos a la viejita que guardaba las llaves, nos las entregó con algunas de nuestras míseras pertenencias que habíamos dejado en consigna, y regresamos a la buhardilla. Dormimos como ceporros durante el domingo y nos preparamos para regresar el lunes a nuestros puestos de trabajo, como si no hubiera pasado nada, y con nuestros uniformes de trabajo bastante limpios después del lavado que les hicimos en el Garona. Sigo haciendo énfasis en estas prendas de trabajo porque una de ellas, que más tarde heredaste, es la que ajusté y cosí con alambre. Pero todo eso será relatado en posterior navecilla (carta) porque en ésta ya ha salido el monigote con su bandera indicando que se acaba el espacio disponible.

Aquí termino. En la próxima les contaré más sobre los puntos tratados en esta. Un fuerte abrazo.
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TITULO: Tiene gran encanto cambiar de país

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