11 mayo 2008

CREDO QUIA ABSURDUM


Terminé mi pasada misiva con esta turbadora pregunta: Y si el Dios del hombre de fe nos permitiese vivir eternamente en esta tierra y dejara en nuestras manos la posibilidad de suicidarnos ¿qué ocurriría? Si bien no he recibido contestación a la misma, debo declarar que ninguna de mis colectivas ha tenido tanta resonancia en mi público dada la cantidad de respuestas recibidas a mi honrada y humilde epístola. Entiendo que es un tema cuya sana discusión no terminaría nunca, por eso esta vez trataré de concretar un poco, a modo de síntesis, lo que expuse en la anterior. Que nadie se sienta ni ofendido ni herido pues como dije en su oportunidad lo que hago es exponerme con humildad y sencillez. Si por mis escritos se deduce que no tengo ni fe ni esperanza, al menos quisiera tener la suficiente caridad para no ocasionarte ningún daño espiritual salvo aquel que te sea de ayuda para crecer; no me importa que sea generándote una dolorosa y constante duda si ésta al final te resulta creadora.

Hoy en día ningún teólogo serio dedica ni tiempo ni esfuerzo alguno en demostrar la existencia de Dios. Se cuenta y se parte de El como algo dado, que está ahí; lo aparta del terreno de la fe y no necesita recurrir a las 5 vías de Santo Tomás para aceptarlo. Y todos aquellos que en su fuero interno aun mantienen vigentes las pruebas tomistas de la existencia de Dios, tampoco deben incluir a Dios en el campo de la fe. Un Dios demostrado racionalmente con las herramientas de la lógica aristotélica se le acepta, incluso se teme pero no se tiene que creer en El por la fe, pues ante la “evidencia racional” de su existencia, la fe huelga. Es lo irracional lo que demanda la Fe, y muy gorda que hay que tenerla, para creer por ejemplo, que Jesucristo es Dios, o que la Virgen nunca murió y subió en carne mortal a los cielos, o en la transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo. Tu no crees en la existencia de tu vecino; tu sabes que existe y punto. ¿Y porqué sabes que existe? Pues porque entra, irrita y estimula todos tus sentidos. Al “homo religiosus” también parece que le entra, de alguna manera, Dios por sus sentidos, no El mismo, sino sus manifestaciones y bondades y por qué no, también via sus desgracias que son asumidas, en muchos casos, como “Pruebas de la Divina Providencia” pruebas no solo de dolor y resistencia religiosa sino de su más dura y sensible Presencia.

Santo Tomás trata de demostrar la existencia de Dios sacándoselo de la cabeza, del razonamiento, muy al estilo de Hegel, para quien lo Racional es lo Real y no un asunto de fe. En definitiva un Dios racional y lógico. El famoso científico Mendeleiev, autor de la tabla periódica de los elementos químicos hizo algo similar. El se dio cuenta de que clasificando verticalmente los elementos según sus masas atómicas aparecía una periodicidad concerniente a ciertas propiedades de ellos mientras que las agrupaciones horizontales representan los elementos de una misma “familia”. Siguiendo su propio razonamiento, tuvo que dejar algunos espacios vacíos en la tabla original que correspondían a las masas atómicas 45, 68 y 70; elementos que no habian sido descubiertos en su época. Pero, ¡Bingo! ¡Lo racional se hizo real! Y esos elementos fueron descubiertos posteriormente, conociéndose en la actualidad como: Rodio, Erbio e Iterbio. Sin embargo, a la filosofía escolástica no resultó tan exitoso el experimento pues para el agnóstico o ateo esas pruebas ya dejaron de serlo, bosquejémoslas brevemente:

La Primera vía la del Motor Inmóvil que esbocé en mi anterior colectiva y según la cual todo lo que se mueve es movido por algo o alguien siendo en última instancia ese Alguien, Dios. En la época de Santo Tomás no se conocían las leyes de la gravitación, por eso afirmaba que todo lo que se mueve ha sido movido por otro. Hoy sabemos que eso no es cierto. La física reconoce el movimiento espontáneo en los sistemas materiales. Si ponemos dos objetos con igual masa en un espacio vacío lo suficientemente cercanos para que la gravedad actúe, veremos que uno se moverá en dirección del otro sin necesidad de nada ni de nadie.

La Segunda vía la de las Causas Eficientes establece, dicho de manera sucinta, que todo efecto tiene su causa, menos Dios que es la causa de todo. Pero aún aceptando la existencia de las relaciones causales, este argumento incurre en una contradicción interna insalvable y gratuita por parte de Santo Tomás, cuando afirma que Dios no tiene causa. Si esto es así entonces la premisa primera es falsa, no todo tiene una causa. Científicamente hablando, el principio de la indeterminación de Heisenberg es demoledor a este respecto pues según éste, “es imposible medir simultáneamente, y explicar con precisión absoluta, el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula” Es decir, una partícula puede tener el valor de la posición A y luego el valor de la posición C sin necesariamente haber pasado por el valor B. Muy interesante a este respecto es el nuevo aporte del maltrecho científico Stephen Hawkings que dejo a la curiosidad de mis lectores.

La Tercera vía o el Argumento Cosmológico establece que las cosas existen por necesidad de otras cosas ya existentes (seres necesarios) pero… no se puede retroceder indefinidamente en la cadena de necesidades, por lo tanto existe un ser absolutamente necesario, origen de la existencia de todas las cosas. Ese ser es Dios. Sin embargo, a guisa de ejemplo, si uno pudiese dividir un pedazo de oro en los pedazos más pequeños posibles, es decir, en átomos de oro con un núcleo de 79 protones y una ligeramente mayor cantidad de neutrones, atendidos por un enjambre de 79 electrones. Si uno corta al oro más allá del nivel del átomo, cualquier cosa así obtenida ya no es oro, serian dos átomos distintos: uno de Zirconio y otro de Itrio con número atómico 40 y 39 respectivamente en caso de lograrse esta singularidad. El átomo, en nuestro ejemplo, proporciona un punto final natural para ciertos tipos de regresión. De ninguna manera está claro que Dios sea un punto final natural a las regresiones de Aquino. Además, Doctor Angélico concluye gratuitamente, apelando desde el principio, una justificación sociológica: "Todos le dicen Dios". Pues bien, ¿Qué tal si en lugar de Dios decidimos llamarlo "Presidente de Manolia"?, el argumento entero no tendría que modificarse ni una coma y se demostraría de esa manera que el Regidor de esa Serena República cercana a Alcalá de Henares es el Ser Absolutamente Necesario. ¡Joder que regusto! ¡Esto hay que pensárselo muy detenidamente!

La Cuarta vía es la de la Jerarquía de las cosas o de los Grados según la cual, las características de las cosas no son constantes; son desiguales pues tienen más de una que de otra. Esa desigualdad indica que existen grados y que éstos son medidos en relación a un grado máximo o absoluto. El grado máximo de una característica solo lo posee un ser capaz de otorgar esa característica en un grado de menor cuantía y ese ser es Dios. En definitiva, más de lo mismo: Tomás de Aquino comete una falacia non sequitur, ya que por que algo sea un máximo en una escala no se sigue que sea la causa de todas las cosas de esa escala u orden. Por el hecho de que el Everest sea la montaña más alta no se sigue que sea la “causa” de la altura del resto de las montañas. Tranquilos que ya pronto termino con este tostón…

Y por fin la última, la Quinta vía o el argumento Teleológico según la cual las cosas no obran al azar ni por si mismas y por ello alguna otra cosa o Alguien las dirige. Ese alguien es Dios. Ya esto resulta cansino, por lo tanto invito al personal a pasearse por el “Argumento del ajuste preciso” (The fine tunning argument) escrito por Theodore M. Orange así como también por un libro fundamental: “El Azar y la necesidad” escrito por el bioquímico Premio Nóbel Jacques L. Monod.

“Creo porque es absurdo” dijo Tertuliano. Los conceptos no agotan la fe; ya Pascal había apuntado que “el corazón tiene razones que la razón no conoce” porque Dios no es un fruto de la razón sino del corazón, de los sentimientos… y de la necesidad. Y para cada necesidad se pretende que exista un producto que la satisfaga. Poniéndome la gorra de hombre de marketing y sin que esto te llame a escándalo, te digo que Dios puede ser comparado con un producto de consumo de los millones que hay en el mercado, con publicidad incluida. Producto del cual se favorecen económicamente sus sustentadores a cambio de algunas prestaciones para los compradores, adquirientes o fieles.

Si bien para sus compradores y consumidores el producto-Dios posee incontables beneficios o prestaciones, considero de entre ellos que son tres los principales, a saber:

1- Dios es la explicación de todo. Dios todo lo ha creado y existe desde siempre. De esa manera el hombre devoto simplifica su cosmovisión. Quizás no se pueda “probar” su existencia, pero tampoco se puede “probar su no-existencia” Así Unamuno pudo exclamar: “Y es que al Dios vivo, al Dios humano, no se llega por caminos de razón, sino por camino de amor y de sufrimiento. La razón nos aparta más bien de El. No es posible conocerle para luego amarle; hay que empezar por amarle, por anhelarle, por tener hambre de El, antes de conocerle. El conocimiento de Dios procede del amor a Dios porque Dios es indefinible. Querer definir a Dios es pretender limitarlo a nuestra mente; matarlo. En cuanto tratamos de definirlo, nos surge la nada”.

2- Dios es el eternizador. Mi temor y terror a la muerte así como rechazo hormonal a dejar de existir después de ella requiere y demanda de un Ser que pueda garantizar mi existencia más allá del trance final. No puedo por mi mismo lograr la inmortalidad consciente y perenne de mi yo, ni nadie en este mundo puede asegurármelo, a excepción de un Ser más allá de nuestras limitaciones que es capaz de hacerlo. Para ello desde luego hay que cumplir con normas de moral que nos transmiten a nosotros ese exiguo grupo de privilegiados, como Abraham, Moisés, Mahoma etc. que han tenido la inenarrable experiencia de hablar con El y hacernos saber sus condiciones para que tengamos una sana visión beatífica.

3- Dios es el gran Consolador. Vivimos, como reza la plegaria, en un “valle de lágrimas”. Pero no todos lloramos por igual, algunos “elegidos” sufren o padecen cruelmente durante casi toda su existencia y solo esperan, post mortem, la futura en donde todo será paz y felicidad eterna crecida precisamente como contraprestación al sufrimiento estoicamente soportado durante la primera vida. Los crímenes, la miseria, la explotación, las guerras, las pérdidas de los seres queridos, las enfermedades, en fin, todos los males, han de tener una justificación, al menos una explicación y principalmente una esperanza, un consuelo y para ello se cuenta con Dios.

Y tú, con serenidad y sinceridad, ¿por qué compras a Dios?


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TITULO: Creo porque es absurdo

FOTO: Tomada por mi primo "el de Utrera" (ADLR)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabe usted, querido D. Manuel, el placer que es para mí divagar sobre asuntos escatológicos y, digo bien, divagar en el sentido de vagabundear, de merodear cual paseante solitario por los vericuetos del pensamiento, entrando y saliendo, equivocando conceptos, malinterpretando, razonando prejuicios. Desgraciadamente, dependemos de dos instrumentos, acaso uno solo, que son el lenguaje y la razón. Y ambos instrumentos, han reconocido hace ya tiempo sus límites. Se saben limitados e impotentes para explicar todo lo explicable y a partir de esa carencia sustancial podría surgir, en mi modesta opinión, la idea y la necesidad de Dios.

El lenguaje se convierte en un instrumento muy peligroso, al jugar con definiciones y conceptos, cuyo contenido es muy variable pues depende de la concepción del mundo del emisor, de cómo se dice, de cómo lo recibe el receptor y como lo asimila, entrando a formar parte del concepto asimilado todas las vivencias conscientes e inconscientes, intuiciones, creencias e instintos de cada una de las partes. Como bien decía Unamuno, usted me pregunta si creo en Dios, pero primeramente, deberemos ponernos de acuerdo en lo que es CREER y en lo que es DIOS.

Como esta puesta en común habitualmente no se lleva a cabo, los debates escatológicos están llenos de prejuicios, malentendidos, tautologías y aporías, que pueden hacer creer a dos personas que, en principio, piensan lo mismo que no están de acuerdo en nada. Los debates se extienden indefinidamente y nada se cierra porque todos sabíamos ya desde un principio que no podía cerrarse.

Todo esto conduce a una especie de escepticismo que es el que predomina en estos tiempos de posmodernidad, una vez que el proyecto ilustrado racionalista ha entrado en crisis y el positivismo se ha convertido en uno más de los fanatismos, al menos, en mi humilde y seguramente errónea opinión.

Todos podemos suspender el juicio cuando estamos en una actitud contemplativa, como es el pensamiento y los debates racionales. No me decanto por ninguna opción, pues sé que no tengo forma de demostrar la realidad ontológica de nada de lo que se me muestra como tal. Vendría a ser la idea kantiana de que no se puede verificar, demostrar, el noúmeno, la cosa en sí, analizando fenómenos, representaciones de la conciencia. Y sabemos que hemos experimentado al menos alguna vez, que los sentidos nos han engañado: alucinaciones, sueños, espejismos, y hasta enteógenos.

Epistemológicamente hablando, los métodos clásicos de aprehensión del mundo son dos:

Por una parte tenemos el racionalismo, en el que predomina la idea de la deducción, que como sabemos necesita de axiomas y postulados para poder partir de algo “sólido”. Tanto los axiomas como los postulados son solo creencias indemostrables e inverificables. Algunos dicen que son principios “evidentes” lo cual muestra que no se han desprendido de la fe. Además, Gödel ha demostrado matemáticamente que todo sistema deductivo necesita asentarse sobre bases que no pueden demostrarse por él mismo.

Por otro lado, tenemos el empirismo, en el que predomina la idea de la inducción. Se parte de una porción de los hechos y de ahí se infiere una ley que pretende ser universal. Ya Hume sacó los colores a los que participaban de esa desmesurada creencia en la regularidad de los hechos empíricos. La ley de causalidad es indemostrable racionalmente, es solo pura probabilidad, como también pone de manifiesto el principio de incertidumbre de Heisemberg, que usted señala, mal llamado a veces Principio de Indeterminación, lo cual no es cierto.

Por tanto, el escepticismo es la única salida para un escrupuloso racionalista: nada se puede verificar, nada se puede afirmar categóricamente.

Ahora bien, inmersos en el mundo de acción, el de la razón práctica kantiana, no queda otra que elegir, suponiendo (y es mucho suponer) que tengamos libre albedrío. Aparece nuestro sentimiento, nuestros intereses inconscientes, animales, emocionales, instintivos, nuestras valoraciones. De repente te duele una muela y ya no dudas de la realidad.

Por eso yo suelo considerarme un escéptico que termina creyéndose casi todo. Dudo y desconfío porque pienso; actúo porque creo y confío. Responder a su carta me ha supuesto un heroico acto de fe en usted, D. Manuel.

Para un platónico como yo, la supuesta realidad acaba siendo decepcionante. ¿Quién o qué ha puesto en mi mente la idea de Belleza, Bondad, Bien, Felicidad, Paraíso? ¿Una proyección mía? ¿Un exceso imaginativo? Menos mal que solo veo misterios ocultos tras la aparente realidad.

La conciencia solo es conciencia mientras existe memoria (pasado). Según Ernst Bloch, la conciencia es conciencia anticipadora (futuro), acaso porque anhela eternidad, durar siempre. Al hombre no le satisface ni el “aquí y ahora” budista ni el “carpe diem” horaciano (presente). Lo efímero se le queda pequeño, angustiosamente estrecho. No vivimos el presente porque vivimos del pasado para el futuro.

El pecado original es el símbolo que mejor detalla lo que le ocurre al hombre: sentirse un ángel caído, inadaptado a un mundo que no le da lo que verdaderamente anhela: felicidad eterna. Ergo, no estamos en el mejor de los mundos posibles y, si lo estamos, no somos conscientes de ello. Es el castigo por profanar el árbol del bien y del mal, esto es, por tener un exceso de conciencia.

También podría suceder que la vida fuera maravillosa, donde todo sería para bien, es decir, el mejor de los mundos posibles de Leibnitz. En este mundo el mal no existiría, sino que sería solo un “bien oculto”. En esta situación, lo mejor sería sonreír, permanentemente, en una sonrisa mística, perenne, casi bobalicona, esperando que la gnosis nos libere del sufrimiento alienante del desconocimiento.

Por otro lado, la Ciencia busca desesperadamente la Gran Explicación Unificadora. ¿Podríamos llamarlo Dios? En este supuesto, la ciencia tendría fe no en un dios personal, pero sí en el Logos. De hecho, continuamente oigo que estamos progresando científicamente, lo que significa que nos estamos acercando a esa Gran Explicación.

Otros, como Popper, argumentan que solo puede demostrarse la falsedad de una teoría. No se pueden negar ni demostrar las teorías que no han sido demostradas falsas. Lo cual quiere decir, que el modelo vigente en cada momento no es más que posible, pero no cierto.

A lo que quiero llegar es que si solo analizamos lo que podemos ver y palpar, dejamos fuera todo lo demás, lo misterioso, lo esencial.

En conclusión, la razón pura nos llevaría al escepticismo humeano. Para vivir no solo disponemos de la razón, también de intuiciones y sentimientos que generan creencias (los axiomas, la fe en la experiencia, en la Realidad, en el tiempo lineal, en nuestros sentidos, en la existencia de la Gran Explicación…) que nos llevan a la necesidad de contar con explicaciones posibles a lo desconocido y misterioso: razonar para creer y creer para razonar, tal y como ya apuntó San Agustín. La realidad nos da destellos, señales; la trascendencia, también.

A eso misterioso, dudoso, inexplicado, tal vez inexplicable, nebuloso, que me atrae, que lo hecho en falta porque lo recuerdo, a lo que tiendo, la voluntad de Schopenhauer, lo que conforma mis valores (que no son racionales), todo eso es Dios, inefable y esperanzado.

Como ve, comulgo con una concepción deísta, y no teísta, de la divinidad, una concepción que va de la mano de la racionalidad, pero también de la irracionalidad. Rechazo cualquier religión revelada, pero entiendo que en las revelaciones podrían encontrarse los símbolos que explican el mundo.

¿Por qué compro a Dios? Simplemente soy adicto. Como Dijo Oscar Wilde “mis deseos son órdenes para mi”, y yo no elijo mis deseos, en todo caso algunos deseos predominan y anulan a los débiles, creando en mi conciencia una falsa sensación de control, esfuerzo, sacrificio y renuncia.

¿A quién se lo compro? Desde luego a ningún gurú ni hombre con sotana. Mi Dios es, al menos, un placebo gratuito.

¿Por qué esperanzado? Respondo a esta pregunta respondiendo, a la vez, a la última de su anterior misiva y agradeciendo a los querubines que sigan vigilando el árbol de la vida. Imagínese el horror de ser inmortal en esta vida: TODOS ACABARÍAMOS SUICIDÁNDONOS, porque la muerte al final termina por ser una salvación y no puede esconder a nuestra gran compañera: la esperanza (hasta en la Nada). ¡Esto si que es confianza!

Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Interesante tema. Creo que fue en el libro “the universe in a nutshell” donde pude leer otro de los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios. Resulta, que todo el universo conocido es producto de “imperfecciones”, y me explico:

Si el “Big Bang” hubiera sido perfecto, es decir, que todo el universo reducido en ese instante a una pelota de baseball hubiera explotado, o expandido de forma completamente uniforme, no se hubiera podido juntar la materia (o energía que es lo mismo) en lo que hoy conocemos como Clusters, Galaxias, sistemas solares, etc. El universo sería frío y sin ninguna vida, ni planetas, ni soles, ni nada. Por otro lado, si la explosión hubiera sido demasiado imperfecta, la materia o energía estaría muy concentrada para haber podido originar nada. Es un punto de imperfección tan estadísticamente improbable el que ha dado origen al universo, que hay quien argumenta, que esto solo ha podido ser obra de Dios. El contra-argumento es que hay infinitos universos, cada uno con un “Big-Bang” diferente, abarcando todas las posibilidades. Y nosotros vivimos solo en uno de esos universos, que es el que da las condiciones para que surjan unos bichos tan raros como nosotros.