04 agosto 2007

MOCKBA



La chiquilla era torpe hablando en inglés, y yo muy torpe negociando. La matriushka me había fascinado. Mi esposa me advirtió de manera tajante no comprase ninguna. Pero esa no era una matriushka cualquiera, como aquellas con la cara de Putin o las de rusa ingenua que venden en todos los puestos ambulantes de la Arvat Ulitsa. Me dijo que el precio eran 5250 rublos (150 Euros) ¡Una barbaridad! Exclamé yo. ¿Cuánto quiere pagar el señor? No sé -contesté- La muñeca mayor era una especie de capilla adornada con la imagen a caballo de San Jorge, el patrono de Moscú y que deja ver en su interior otra con la imagen de la virgen y el niño pintados con la ancestral técnica utilizada para iluminar los conocidos iconos rusos. La chica me dijo: Es muy valiosa, son siete figuras todas pintadas siguiendo la más autentica tradición religiosa. Fue descubriendo una a una cada una de ellas. ¡Eran una belleza! Pero antes de caer en esa costosa tentación le dije que era muy cara y acto seguido hice por salir del local. Ella al ver mi actitud me dice: Se la dejo en 4000 rublos... De esa manera empezaba el típico regateo, tan popular en Rusia y tan desestabilizante para mí como comprador. Tenía la matriushka en mis manos e insistía: Señor, todo lo que ve dorado es oro auténtico... No puedo, le dije, es muy cara. No sabía que hacer y para liberarme del acoso de ella así como de la atracción que en mi ejercía la matriushka, le ofrecí 50 euros. Ella con aplomo sacó una calculadora y en breve tiempo me dice: Es suya. No podía creerlo ¡era mía! Reconozco mi alegría del momento que segundos después se vio perturbada: ¿Y si hubiese ofertado 30 Euros? me pregunté.

Rusia entera es una especie de Gran Matriushka; una continua caja de sorpresas, una muñeca desconocida que a su vez contiene en sus entrañas otras y así en una cadena que parece interminable. 20 mil millas a punto de vencerse ganadas en American Airlines decidieron mi viaje a Moscú. A partir de allí todo fue descubrir una matriushka tras otra... La primera de ellas la obtención de visado. Después de 73 años de Comunismo, no ha sido fácil deslastrar a la burocracia rusa de los temores y costumbres de la época soviética. Este trámite implica: la obtención de un seguro de viaje por una compañía aceptada por el gobierno ruso, una invitación oficial de un organismo o familiar o amigo, una foto, y un detalle exacto de los días que vas a estar en la Federación Rusa. Si por accidente estas un día adicional a los indicados en la visa, enfrentarás serios y costosos problemas con la siguiente matriushka de turno: la policía o "militzia" como allí la llaman.

Llegué sin novedad al aeropuerto de Domodedovo, a unos 60 kms. de Moscú y hoy en día su principal puerta de entrada. Me dirigí deprisa a la aduana, eso si, metiendo el ojo por todas partes. Vi el techo, el piso, la estructura y me dije: Esto no es otra cosa que un galpón (Nave) industrial revestido. No sin temor presento ante el funcionario de turno mi pasaporte junto con el formato de entrada por duplicado. Ya sabía que tenía posteriormente que presentar ante la policía mi visa para que fuese registrada y entregar el duplicado en cuestión. Afortunadamente ese trámite lo realizó mi hotel por la módica suma de 1000 rublos...

Pasada la aduana trato de ubicar inmediatamente una oficina de cambio, pues fuera de Rusia no hay rublos y ya con rublos en el bolsillo, corro hacia la taquilla en donde expenden los tickets para tomar el tren que me llevará hasta la estación de metro de "Paveletskaya" El tren me pareció cutre, deteriorado. Sin aire acondicionado y a 30° C. Al comenzar a andar, me alarmo al escuchar los golpes que se dan los vagones cuando uno tras otro se empujan para comenzar el trayecto. Me puse en positivo y traté de vivir aquello como una de las escenas descritas por Boris Pasternak en Doctor Zivago. Me deleité viendo los bosques y estepas que ofrecía el paisaje, sin ahorrarme por ello de alguna que otra viruta que entró en mi ojo desde el exterior. Me fijaba en la familia rusa que estaba junto a mi, al otro lado del pasillo: Una típica madre rusa, gorda, robusta, parlanchina, con pañuelo en la cabeza junto a su hijo y su nieto menor mientras que en asiento trasero se encontraba la esposa de éste con el mayor de los hijos. Un poema vivo de jerarquías y costumbres que ni el mismísimo Gogol hubiese podido describir tan agudamente. Como suele ocurrir, estaban centrados en los chavales, tratando de darles de comer ¡qué obsesión! y controlando la insufrible hiperkinesia de las criaturas. El ruso mira a la cara, no se esconde en hipócritas vistas de reojo, ello me obligó a ofrecerles una sonrisa abierta y sincera, que cumplieron de inmediato en devolverme.

El viaje es ese tren dura 45 minutos. De pronto aparece ante mi una bella joven rusa (las hay a montones) solicitando mi ticket. Creo recordar en donde lo guardé pero fallé. Me puse nervioso pues noté que no se iba de mi lado mientras el ticket no aparecía. Le dije que yo había comprado el ticket. Me sonrió y seguía esperando. Por fin después de unos tensos momentos di con el dichoso ticket y ella lo perforó. Respiré profundo y tranquilo, pues creo que me salvé de la policía, de una multa o del escarnio de todos los pasajeros del vagón. ¡Qué terror!

La llegada a Paveletskaya me recordó el "Nuevo Circo" de Caracas. Una vez allí mi siguiente matriushka era comprar un ticket de 20 viajes del famoso metro de Moscú. La algarabía reinante y la gran cantidad de gentes yendo y viniendo se percibían más como una manifestación política que como un intercambiador de transportes. Cuando intento pasar la barra para acceder al metro, me piden nuevamente el ticket del tren de Domodedovo. El mismo ticket que breve tiempo atrás estuvo a punto de enviarme tras las rejas de un oscuro calabozo moscovita. Esta vez sabía en donde estaba y la mujer lo introduce por la maquina permitiéndome ¡oh querida libertad! El paso. En aquel desconcierto me encuentro con un británico de unos 70 años que estaba dramáticamente perdido en aquel aluvión de gentes vociferantes y letreros en cirílico. Vio el cielo abierto conmigo. Nos colocamos en la cola y esperamos nuestro turno. Una vez en la taquilla, le digo, en inglés, a la vendedora que me de dos tickets de 20 viajes, a lo que sin otro discurso nos dice de manera rotunda y sonora: Niet (No, en ruso) empezaba yo a hacer señas tratando de explicarle cuando de pronto, casi ex nihilo, aparece un joven y me pregunta en perfecto inglés si tengo algún problema. Vi el cielo abierto. Creo que de no ser por la intercesión de ese muchacho todavía estaría allí bregando con la rusa de la taquilla mientras que el espontáneo amigo inglés ya tendría los ojos desorbitados ante tanto desconcierto.

El metro es el premio Nóbel de las matriushkas de Moscú. No voy a gastar tinta hablando de la belleza de las estaciones; además pronto les invitaré, entre otros, a ver un álbum de fotos que dedicaré exclusivamente al deleite de esas preciosas estaciones que se encuentran, lamentablemente, en avanzado estado de deterioro. Yo me dirigía a la estación de "Mayakovskaya" y el british a la de "Smolenskaya" con mi mapa del metro que sabiamente había impreso de Internet en Madrid, (el metro de Moscú no regala planos) le indiqué la línea y el número de estaciones hasta llegar a su destino. Hoy en día rezo por él pues no me extrañaría en absoluto, que todavía se encuentre deambulando entre la intrincada red del metro de Moscú topándose, una y otra vez, con la inquisidora mirada de Lenin mientras trata de descifrar los caracteres cirílicos. Por eso, si Mike llegó a la estación de Smolenskaya tuvo que lidiar con otras dos estaciones: "Kievskaya" y "Arbatskaya". Ocurre, que en Moscú, cada línea de metro le da un nombre distinto a la misma estación que en oportunidades son estaciones distintas pero reunidas en un mismo lugar. Para más INRI todos los avisos están en ruso y para colmo, el nombre de las estaciones no es visible desde el tren; por ello, para saber el nombre de una estación te tienes que bajar del tren, esperar que este parta y después identificar la estación en la cual te encuentras. Si no era aquella a donde querías llegar, pues toca esperar el siguiente tren y continuar el camino. Impresiona lo profundo que se encuentra el metro. Conté por mi reloj, dos minutos bajando en una interminable escalera mecánica hasta llegar al andén. Preguntando sobre esto me informaron que lo hicieron así para que sirviese como refugio anti-nuclear por si a los malvados gringos les daba por lanzarles unos cuantos pepinazos. Afortunadamente no fue así y el único bombardeo del campo gringo fue el de la moda de vestir, la música y las cadenas de franquicias internacionalmente conocidas como mac donal's, hard rock caffe, starbucks, pizza hut, berger king, Sbago y otras tantas.

Ese cuadro define a la población rusa de hoy. Las personas de menos de 35 años son más occidentales que nosotros mismos. Visten al último grito de la moda, pero de manera masiva y solo les da por escuchar la música "alienante" de los grupos de rock que están en el top del hit parade. Aman Europa y les encantaría que Rusia formase parte de ella en un futuro no lejano. La mayoría habla inglés o desearía hablarlo pues chapurrearlo, todos lo hacen. Son de carácter alegre y les agrada muchísimo socializar. En el lado oscuro están los que tienen más de 35 años. Son gentes que padecen mucho temor por los cambios que están sufriendo en su amada Rusia. No hablan otro idioma que el ruso y tienen ojeriza a todo lo occidental menos a un Mercedes Benz de la clase C. Recordemos que durante el Régimen soviético habian dos clases de personas: los funcionarios y los obreros. Los funcionarios pensaban que su trabajo era pagar a los obreros con cuotas de racionamiento y algunos rublos y los obreros pensaban que su trabajo era cobrar lo que les daba el funcionario. En definitiva, que nadie prácticamente trabajaba, como corresponde a un país 100% Estatal cuya única producción era la extracción de materias primas (el petróleo, gas y otras) y exportar la "Revolución Socialista" al resto del oprobioso mundo hundido en las aberrantes y tenebrosas contradicciones del capitalismo.

De la noche a la mañana, el funcionario se quedó sin nada ni nadie a quien pagar ni el otrora obrero obtuvo "el chollo" del Estado. Y eso de tener ahora que buscarse diariamente las habichuelas "con el sudor de tu frente", pues les tiene por el camino de la amargura. Hay que comprenderles; fueron 73 años de adoctrinamiento que casi pudo con todo. Que lejos quedaba aquel sueño que una vez expresó Máximo Gorki cuando escribió: “¡Es realmente magnífico! -dijo él, frotándose las manos, y con una ligera risa, añadió-: Estos días los he pasado de una forma muy extraña; he estado todo el tiempo con los obreros, les he leído cosas, les he hablado, les he observado. Y de ellos he recogido algo bueno y puro. ¡Qué admirables gentes, Nilovna! Hablo de la juventud obrera; son sólidos, sensibles, llenos de un entusiasmo por comprenderlo todo. Cuando los veo, me digo que Rusia será la democracia más deslumbrante de la tierra.”

Ya lo he dicho en otra colectiva. Mi último jefe en Citibank decía que hay dos cosas contra las cuales es vano luchar: el Mercado y la fe en Dios. Ese parece que fue el gran error del Comunismo luchar contra ambos y ambos le salieron, siete décadas después, respondones. Stalin no tardó en hacer volar por los cielos la Catedral de Cristo Redentor, la más grande Moscú y en su lugar hizo una piscina pública para que "el pueblo" la disfrutase. Al día siguiente de la caída del comunismo, se comenzó la construcción, nuevamente, de la misma Catedral con aportes de los fieles y ¡del Gobierno! Entrar en una Iglesia en Moscú es una experiencia que no debemos dejar pasar, no solo por la belleza de sus torres con bóvedas doradas y panzudas que parecen de lejos como velas encendidas eternamente a los santos, sino por ver el grado de devoción que existe en la gente. Como antaño, la Iglesia tiene el monopolio de la venta de los artículos a ser utilizados en el ritual ortodoxo y es receptora de las dádivas de sus fieles. Nunca he oído hablar de instituciones de caridad o educativas por parte de la Iglesia rusa así como ocurre en la Iglesia Católica. En Moscú hay miles de Iglesias y de entre todas ellas destaca, para mi gusto, la Catedral de San Basilio; esa que por sus colorines parece un pastel y que se encuentra en la mismísima Plaza Roja.

Mi primera noche en Moscú no quería desaprovecharla y ni corto ni perezoso cogí mi cámara, teleobjetivo y trípode y como quien va a la guerra me dirigí a la Plaza Roja. Es un verdadero embeleso ver la Plaza Roja de noche. Quise fotografiar a San Basilio que estaba como un lirio en todo su esplendor y para ello dispuse mi trípode, cámara y teleobjetivo. Cuando ya estoy a punto del "click" siento que unos militares, de los que cuidan el mausoleo de Lenin, le dan al trípode unos golpecitos. Entendí lo que me querían decir: solo estaban permitidas las fotos con manos. Algo así como irte por un camino vecinal en lugar de una moderna autopista. Pues nada, recogí mis bártulos, aumenté el ISO en la cámara y me di el gustazo de tomar cuanta foto quise, si bien técnicamente no era la mejor manera.

Al día siguiente entré en esa Iglesia y quedé impresionado por su colección de iconos, su arquitectura y decoración y ¡menuda suerte! el canto en vivo de los solistas del coro. La música y los cantos religiosos rusos son tremendamente profundos y melancólicos y logran ponerte los pelos de punta. Por un momento paralicé mi visita para solo disfrutar del excelentemente acompasado y equilibrado canto a capella de aquellos solistas. La estructura de la Iglesia actúa como una magnífica caja de resonancia equivalente a unos buenos micrófonos ¡Una verdadera maravilla que solo por eso bien vale la pena un viaje a Moscú! Y después a seguir tomando fotos que para eso pagué una cantidad adicional a la entrada.

Fui por poco tiempo; tres días netos y tenia, por ello, que ser eficiente en mis visitas. La almendra de Moscú está dividida en cinco partes: El Kremlin, la Arbatskaya, la Tverskaya, la Plaza Roja/Kital Gorod y el Zamoskvoreche. Mi hotel estaba excelentemente ubicado lo cual me facilitaba muchísimo aprovechar el tiempo. Tomé la decisión de no visitar ningún museo ni galería pues suelen emplearse en ello un tiempo sensible que después te hará falta para visitar la ciudad. Queda así para mi próximo viaje a esa ciudad la tarea de ver toda esa riqueza artística que se guarda bajo techo. Zamoskvoreche está al lado sur del río Moska. Es un lugar en donde abundan iglesias y conventos además de ser famosa por albergar la Galeria Tretiakov que tiene el mayor número de obras de arte ruso en el mundo. Caminando por sus calles me topé con un para de japonesas que me preguntaron por la galería. Gracias a mi guía turística pude informarles, pero noté que una abuela rusa con su nieto me escuchaba. Seguí mi camino y la abuela se devolvió para decirme, a su manera, que debía ir a la Galería. Se lo agradecí y seguí caminando. Al poco rato nuevamente se devolvió con el mismo consejo y yo de igual manera respondí lo mismo a su jerga rusa. Ya más adelante la cosa se puso caliente y casi como si fuese mi madre me reclamaba el por qué no iba a la Galería. Yo, perito en el arte andaluz del trato arremetí contra ella en viva voz explicando mis razones para no ir. Al final, como era de esperarse terminamos riéndonos los dos y dándonos un fuerte abrazo y un beso. Una foto de ella y su nieto la verán próximamente. Y es que es cierto eso que una vez leí en Dostoiewsky que el carácter del ruso y el español son muy parecidos: gente que le encanta hablar, protestar por todo, tirar papeles en los bares y calles y pelear hoy para darte besos mañana. Hay solo una gran diferencia: el ruso es un pueblo alcoholizado quizás debido a a las penurias heredadas del comunismo y a su dramático clima que invierno llega con facilidad a 40º bajo cero. El pueblo español sabe beber; ojo, hablo en términos generales, pues por conocer todos les conocemos...

Otra experiencia digna de mención fue la que me ocurrió cuando paseaba por la calle de Arvat que es el paseo peatonal más importante de la ciudad. Tenía calor y estaba cansado. Hay muchas terrazas por lo tanto me senté en una de sus mesas y me atendió el camarero en ruso. Le respondí en inglés pidiéndole una buena cerveza; buena por tanto por la cantidad como por la calidad, pero que fuese cerveza rusa. Pasado un rato le solicité algo para acompañar la cerveza y terminé pidiendo una ración de patatas fritas. Casi terminé la cerveza cuando el camarero se percató que todavía no me habían traído las patatas cuando de pronto escucho que le dice en perfecto español caribeño a su compañero: ¡Coño hermano cuando carajo le vas a traer las papas a este hombre! Jajajaja, resultó ser cubano quien me atendía. De allí en adelante éramos “camaradas” Vivía en Moscú desde hacía 12 años, estaba casado con una rusa y tenia un hijo. Añoraba Cuba y no era del todo contrario al régimen castrista. Me dijo: pero hermano no todo es malo a lo que contesté: es cierto, pero si me obligan a ir al cielo, protestaré. Las cosas son verdaderamente buenas cuando hay libertad. Hablamos de todo un poco y creo que lo pasamos bien. Se notaba que tenía deseos de hablar en español. Antes de estar en el negocio de la refacción había sido importador de frutas de España y otros lugares. Le pregunté si había importado fresas de España y me dijo que si que de Huelva y yo insistí: ¿de Moguer quizás? Por supuesto me contestó, las mejores de todas! ¡Cosa más grande hermano! Le dije yo al tiempo que le aclaré que ese era mi lugar de nacimiento. El mundo es un pañuelo, chiquito, chiquito decía él….

¡Uy! ¡Que largo va esto! Empezaré a recortar a guisa de no fastidiarles demasiado y para ello nada mejor que comentarles mi última matriushka: el regreso. Por aquello de los controles aduanales y visados salí con mucha anticipación hacia el Aeropuerto siguiendo la misma ruta que me trajo al hotel. Una vez en la estación de Paveletskaya perdí algo de tiempo tratando de ubicar allí donde comprar el ticket del tren a Domodedovo. Me dice la mujer en guardia que el próximo tren sale a las 3:15 que era la hora perfectamente estimada por mi. Cual no es mi sorpresa que pasan las 3:15 y el tren no llega. Empiezo a preocuparme pues las consecuencias de perder el avión eran dramáticamente colosales pues no tenía permiso en mi visa para quedarme ni un día más. Me acerco a un hombre que también estaba esperando el tren y me dice que ya está acostumbrado a perder los vuelos por culpa del tren que viene y va un poco a su aire. El era un técnico petrolero ruso y se dirigía a Yemen. A las 4:00 llega el tren y eso me daba margen solo de una hora para tomar mi vuelo. Llegué al aeropuerto y me puse como un loco a preguntarle a todo el mundo en donde se encontraba el desk de Iberia. Nadie me podía ayudar pues no hablaban inglés. Entonces fue cuando cogí lápiz y papel y escribí en Cirílico ИБЕРИА (IBERIA) y ЕСПАНИА (ESPANIA) pues no conocía el equivalente cirílico de la "ñ" española. Se lo mostré a una muchacha y ¡Bingo! Me llevó casi de la mano a los mostradores de la Línea Aérea. Fue gracioso pues la chica me dijo (resultó que hablaba algo de inglés) que había escrito mal "España". Nunca imaginé que mis muy remotas clases de griego y el ajuste de cirílico que aprendí días antes de salir de Madrid, me fuesen a ser de tanta ayuda. Ya de nuevo con el aire en el cuerpo corrí a los controles de embarque y mi depresión fue total cuando vi una inmensa cola y delante de mí 4 japoneses. Cuando les tocó a ellos les atendieron en grupo pero me hacia cruces viendo como el japonés hablaba su inglés al tiempo que la rusa hacia su mejor esfuerzo por entenderle. Yo pensé que perdía el vuelo, pero afortunadamente todo se arregló a tiempo. Una vez en vuelo, me preguntó la aeromoza si quería algo del bar. Le pregunté si tenía algún Ribera del Duero y me contestó que si. Déme usted un par de botellitas… Lo serví en la copa; su color granate intenso casi hablaba y mientras lo degustaba recordaba aquella copla de:

"el vino que hay en mi tierra,
bebido en tierra extraña,
que bien que sabe ese vino,
cuando se bebe lejos de España"



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TITULO: Moscú

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