Queridos todos:
En Roma me he llevado una gran sorpresa: No hay gatos en las ruinas del Foro. Los han mudado al emplazamiento en donde se encuentran las ruinas de Torre Argentina, antiguo templo del 300 A.C. Allí una ONG gatuna les protege y alimenta y permiten que los turistas puedan visitarles los domingos. Incluso los ofrecen en adopción a los ciudadanos de Roma.
Roma es como un joyero que guarda prendas de valor en un entorno desconcertante y anárquico. No ha cambiado mucho desde la última vez que la visité, pero esta vez me di más cuenta de sus “limitaciones” Por ejemplo, no cuenta con una avenida señera como la quinta de Nueva York, o la 9 de Mayo de Buenos Aires o nuestro espectacular paseo Prado-Recoletos-La Castellana. Sus comunicaciones no son tan versátiles como las de Madrid (para mi las mejores del mundo) o New York. Sólo cuenta con dos líneas de metro y la tercera lleva en construcción una barbaridad de tiempo. A cada piquetazo de más de 3 metros de profundidad, empiezan a aparecer vestigios de toda clase: templos, vasijas, entierros, casas romanas. Un chistoso me contó que el día menos pensado encuentran una de las tetas de la loba capitolina que amamantó a Rómulo y Remo. La ciudad sigue con su característica y marcada suciedad y el caos del tráfico es casi una denominación de origen. Sin embargo, sus gentes, los romanos mantienen esa apertura de espíritu, simpatía y actitud conversadora de toda la vida. Me da por pensar que buena parte del carácter venezolano está formado por la mezcla proveniente de los inmigrantes italianos y canarios a la Venezuela de los años 50. Pero ya lo dije, Roma es un joyero. Y todo se olvida cuando admiras las ruinas del Imperio, las Iglesias, los museos, los Palacios o simplemente viendo tanta manifestación de arte en cada plaza, fuente o lugar de encuentro de esa ciudad no solo eterna, sino ilimitada, pues nunca terminas de verla. Me llamó mucho la atención los precios. Roma es hoy por hoy, una ciudad muy costosa. Un ejemplo sencillo: pedí una cerveza sentado en una de las terrazas de Piazza Navona. ¡Pagué por ella 10 euros! Pensé que además del “rico liquore” me cobraban, el lugar con más de veinte siglos de historia (albergó el circo de Domiciano) y la cautivante visión de las esculturas de Bernini en la Fontana dei Quattro Fiumi que remata en su centro con uno de los obeliscos del Antiguo Egipto. A guisa de querer comparar me senté otro día en una terraza frente a Piazza Indipendenzia un lugar con poco arte y nula historia y muy cerca de mi hotel, pues bien, la misma cerveza allí me costó 8 euros. Y otro día, ya para tratar de calmar mi encendido y castizo cabreo, me metí en la tienda de un chino, compre un tercio de cerveza italiana y me indigné cuando el oriental me cobró 3 euros. Mi escándalo viene porque la misma cerveza cuesta en España 30 céntimos de Euro en el chino; y en un bar 2 euros y en una terraza de alcurnia no más de cinco euros, ¡Ah! y además acompañada de una buena “tapa”. Y como eso todo…
Una de mis sorpresas, esta vez en la Fontana de Trevi, fue ver entre la multitud variopinta de turistas provenientes de todo el mundo, a un grupo de soldados uniformados de la República Bolivariana de Venezuela. Chiquillos veinteañeros que ¡sabe Dios que estaban haciendo en Roma! De lo que estoy seguro es que son premios de ‘Ojo Pelao’ a su ejército. Al escucharles, me ofendió la pobreza de espíritu y la hiriente ignorancia de esos incautos representantes del “ejército libertador” quienes también tiraban, de espaldas, su monedita a la fuente y repetían de manera histérica las fotos del grupo al grito de “otra más; otra más…” Y otro día leo, en Il Tempo la siguiente noticia: “Il 14 e 15 settembre torna a Roma l'Orchestra Giovanile "Simón Bolívar" guidata dalle bacchette di Claudio Abbado e Gustavo Dudamel. Duecento giovanissimi musicisti reduci dai trionfali concerti alla Filarmonica di Berlino” La representación era en el Auditorio Santa Cecilia; tuve intenciones de ir, pero como anunciaban previo a la orquesta la proyección de “un documental” cuya bolivariana finalidad presupuse, que unido a las gratuitas loas, hoy en boga, hacia Dudamel, me abstuve.
Por lo general cuando me venden insistentemente algo o alguien suelo ponerme en guardia. Eso me pasó recientemente con el muy leído “Código da Vinci” y con la colección de “Harry Potter”. Ambos no los he leído y creo que tampoco leeré. Ahora me está ocurriendo algo similar con la Orquesta Simón Bolívar (que nombre tan infeliz para una orquesta) De hecho me han llegado mensajes de esos de tipo “omni omniorum” que se difunden por Internet, en donde valoran y ensalzan de una manera, a mi juicio, imprudente, arriesgada y casi rayando en lo sublime al mentado Dudamel. Ya al pobre le he cogido cierta ojeriza primordial de la que me debo curar. El es un muchacho de 25 años que aún tiene “mucha tela que cortar” en el plano de la dirección musical, sin que ello signifique que carezca de algunos méritos. Llegar a la gloria de manera temprana, impetuosa, gratuita; diría incluso que, profesionalmente suicida, es muy de Venezuela y los venezolanos. Lo he visto con boxeadores, beisboleros y hasta con la “Vino tinto” el equipo de fútbol. En el tiempo la realidad se impone y entra en juego la competencia de alto nivel. Allí “la cosa se pone apretada” independientemente que se tenga un potente padrino como lo es de Dudamel el célebre director Claudio Abbado, quien me parece que está como Pavarotti, “recogiendo” de donde sea y a como de lugar. Tiempo al tiempo y veremos -ojala sea así- si este muchacho y novísimo director mantiene su prestigio consistentemente a nivel Internacional. Pero para eso viene como anillo al dedo la escena que le ocurrió a un famoso violinista (no recuerdo bien si fue a Stern o Haifetz) en el metro de New York, cuando viendo el violinista que llegaba tarde al concierto le preguntó a uno de los pasajeros cómo llegar lo antes posible al Carnegie Hall. El pasajero de marras le miró de arriba abajo con su traje de músico y el violín debajo del brazo y pausadamente le dijo: “practicing Sir, practicing…” A todas estas me pregunto qué será de la vida de Eduardo Marturet…
Ese mismo día fui por la noche al Trastevere. Por allí deambulé de un sitio a otro hasta que llegué, sin pretenderlo, a la iglesia basílica de Santa María in Trastevere, uno de los “titulus” más antiguos de Roma, con estupendos mosaicos medievales del maestro Cavallini. Al ingresar en ella, ¡Oh grata sorpresa! estaba por comenzar el rito de la exaltación de la cruz. Me senté en uno de sus bancos y disfruté de un coro excepcional y sus canciones magistralmente interpretadas, eso si, sin documentales previos ni previamente sesgados ni orquestas con nombres de personajes históricos cuya única relación con la música ha debido ser la de haber bailado, no se sabe cuan bien, algún minué. Después, ya afuera de la iglesia, en la plaza del mismo nombre comencé a cavilar sobre eso de “la exaltación de la cruz”…. Y recordaba el texto evangélico que había escuchado: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Juan 3,13-17) ¡Tiene tela!
Un día lo dediqué a visitar Firenze (Florencia). Como saben, allí, en la Chiesa de la Santa Croce nació esa exquisita enfermedad que aquejó al novelista francés Stendhal, tras un largo día paseando por Florencia, entrando en iglesias y museos, admirando tallas, estatuas, fachadas, cúpulas, frescos, cuando repentinamente sintió una extraña angustia acompañada de vértigos. Recurrió a un médico que, tras tomarle el pulso y mirarle los globos blancos de los ojos, le dijo que padecía una sobredosis de belleza. Había nacido el “Síndrome de Stendhal”, enfermedad que debe ser algo más que una mera anécdota cuando es seriamente estudiada en un departamento exclusivo del Hospital Santa María Novella y diagnosticada y medicada por los profesionales. Pues bien, los florentinos parecen estar acostumbrados a ello, pues cuando me encontraba en el Museo de la Academia admirando el David de Miguel Ángel, de pronto me di cuenta que una mujer, sentada muy cerca de mi, había quedado como en éxtasis y transportada, sin poder hablar ni caminar. De inmediato llegó una ambulancia y unos enfermeros cargaron con ella mientras nos advertían a los presentes que era una víctima del síndrome. De Firenze no puedo hablar porque si empiezo creo que no termino. Es realmente infinita la cantidad de cosas hermosísimas por ver en esa singular ciudad. Regresé a Roma en el tren de Alta Velocidad que tarda solo hora y media en alcanzar la estación romana de Términi.
En Italia quise darme más de un gusto gastronómico pues no es secreto que la comida italiana se encuentra entre mis favoritas. Me encontraba por el barrio judío de Roma tomando fotos y vi un portal muy pintoresco y original. Una persona se detuvo para esperar a que tomase la foto. Yo me negué y le dije que por favor siguiese que yo la tomaría después. En ese momento me dijo que el iba a entrar en el restaurante. Si no es por él jamás abría adivinado la presencia de un restaurante detrás de ese portal pues no tiene ningún aviso o indicación. Además me dijo que era muy bueno, de los mejores de Roma y a buen precio. Ni corto ni perezoso seguí su consejo y entré en el local. Era pequeño, casi rústico pero con muy buen ambiente y sin ningún turista. Eso me extrañó. Me informó uno de los camareros que solo podían entrar los “socios del club” Me quedé perplejo, pero todo se arregló cuando el Señor que espero a a que yo tomase la foto me presentó. Inmediatamente me hice miembro de esa sociedad cultural y gastronómica que se llama Sora Margherita. El dueño es un artista pintor que se llama Mauro Zirolli quien se sentó a comer a mi lado. Tuvimos una conversación muy animada en la cual terminaron participando todos los comensales. La familia del pintore Zirolli atiende el restaurante. Entre sus curiosidades está el menú que es hecho diariamente a mano. Antes de irme, el artista tuvo a bien hacerme un dibujo de Piazza Spagna en un menú, el cual conservo con agrado. Por si a alguno le interesa, la dirección del restaurante es: Piazza delle cinque Scole 30, Roma y su teléfono: 06 687 4216 y como dice Karlos Arguiñano, a comer rico, rico, rico. Dato: Alcachofas a la juliana. ¡Bocato di cardinale!
A mi regreso el Papa que siempre fue escritor y agudo metafísico, le dio por citar la cita de la discordia en uno de sus escritos en Ratisbona. Menuda polvareda ha levantado en el Islam. Desde mi punto de vista no hay relación causa efecto formal sino que los fanáticos están atentos a cualquier detalle para “justificar la guerra santa” La cosa se pone intensa e interesante. Ya veremos en la próxima Colectiva. Un fuerte abrazo. Arrivederci
__________En Roma me he llevado una gran sorpresa: No hay gatos en las ruinas del Foro. Los han mudado al emplazamiento en donde se encuentran las ruinas de Torre Argentina, antiguo templo del 300 A.C. Allí una ONG gatuna les protege y alimenta y permiten que los turistas puedan visitarles los domingos. Incluso los ofrecen en adopción a los ciudadanos de Roma.
Roma es como un joyero que guarda prendas de valor en un entorno desconcertante y anárquico. No ha cambiado mucho desde la última vez que la visité, pero esta vez me di más cuenta de sus “limitaciones” Por ejemplo, no cuenta con una avenida señera como la quinta de Nueva York, o la 9 de Mayo de Buenos Aires o nuestro espectacular paseo Prado-Recoletos-La Castellana. Sus comunicaciones no son tan versátiles como las de Madrid (para mi las mejores del mundo) o New York. Sólo cuenta con dos líneas de metro y la tercera lleva en construcción una barbaridad de tiempo. A cada piquetazo de más de 3 metros de profundidad, empiezan a aparecer vestigios de toda clase: templos, vasijas, entierros, casas romanas. Un chistoso me contó que el día menos pensado encuentran una de las tetas de la loba capitolina que amamantó a Rómulo y Remo. La ciudad sigue con su característica y marcada suciedad y el caos del tráfico es casi una denominación de origen. Sin embargo, sus gentes, los romanos mantienen esa apertura de espíritu, simpatía y actitud conversadora de toda la vida. Me da por pensar que buena parte del carácter venezolano está formado por la mezcla proveniente de los inmigrantes italianos y canarios a la Venezuela de los años 50. Pero ya lo dije, Roma es un joyero. Y todo se olvida cuando admiras las ruinas del Imperio, las Iglesias, los museos, los Palacios o simplemente viendo tanta manifestación de arte en cada plaza, fuente o lugar de encuentro de esa ciudad no solo eterna, sino ilimitada, pues nunca terminas de verla. Me llamó mucho la atención los precios. Roma es hoy por hoy, una ciudad muy costosa. Un ejemplo sencillo: pedí una cerveza sentado en una de las terrazas de Piazza Navona. ¡Pagué por ella 10 euros! Pensé que además del “rico liquore” me cobraban, el lugar con más de veinte siglos de historia (albergó el circo de Domiciano) y la cautivante visión de las esculturas de Bernini en la Fontana dei Quattro Fiumi que remata en su centro con uno de los obeliscos del Antiguo Egipto. A guisa de querer comparar me senté otro día en una terraza frente a Piazza Indipendenzia un lugar con poco arte y nula historia y muy cerca de mi hotel, pues bien, la misma cerveza allí me costó 8 euros. Y otro día, ya para tratar de calmar mi encendido y castizo cabreo, me metí en la tienda de un chino, compre un tercio de cerveza italiana y me indigné cuando el oriental me cobró 3 euros. Mi escándalo viene porque la misma cerveza cuesta en España 30 céntimos de Euro en el chino; y en un bar 2 euros y en una terraza de alcurnia no más de cinco euros, ¡Ah! y además acompañada de una buena “tapa”. Y como eso todo…
Una de mis sorpresas, esta vez en la Fontana de Trevi, fue ver entre la multitud variopinta de turistas provenientes de todo el mundo, a un grupo de soldados uniformados de la República Bolivariana de Venezuela. Chiquillos veinteañeros que ¡sabe Dios que estaban haciendo en Roma! De lo que estoy seguro es que son premios de ‘Ojo Pelao’ a su ejército. Al escucharles, me ofendió la pobreza de espíritu y la hiriente ignorancia de esos incautos representantes del “ejército libertador” quienes también tiraban, de espaldas, su monedita a la fuente y repetían de manera histérica las fotos del grupo al grito de “otra más; otra más…” Y otro día leo, en Il Tempo la siguiente noticia: “Il 14 e 15 settembre torna a Roma l'Orchestra Giovanile "Simón Bolívar" guidata dalle bacchette di Claudio Abbado e Gustavo Dudamel. Duecento giovanissimi musicisti reduci dai trionfali concerti alla Filarmonica di Berlino” La representación era en el Auditorio Santa Cecilia; tuve intenciones de ir, pero como anunciaban previo a la orquesta la proyección de “un documental” cuya bolivariana finalidad presupuse, que unido a las gratuitas loas, hoy en boga, hacia Dudamel, me abstuve.
Por lo general cuando me venden insistentemente algo o alguien suelo ponerme en guardia. Eso me pasó recientemente con el muy leído “Código da Vinci” y con la colección de “Harry Potter”. Ambos no los he leído y creo que tampoco leeré. Ahora me está ocurriendo algo similar con la Orquesta Simón Bolívar (que nombre tan infeliz para una orquesta) De hecho me han llegado mensajes de esos de tipo “omni omniorum” que se difunden por Internet, en donde valoran y ensalzan de una manera, a mi juicio, imprudente, arriesgada y casi rayando en lo sublime al mentado Dudamel. Ya al pobre le he cogido cierta ojeriza primordial de la que me debo curar. El es un muchacho de 25 años que aún tiene “mucha tela que cortar” en el plano de la dirección musical, sin que ello signifique que carezca de algunos méritos. Llegar a la gloria de manera temprana, impetuosa, gratuita; diría incluso que, profesionalmente suicida, es muy de Venezuela y los venezolanos. Lo he visto con boxeadores, beisboleros y hasta con la “Vino tinto” el equipo de fútbol. En el tiempo la realidad se impone y entra en juego la competencia de alto nivel. Allí “la cosa se pone apretada” independientemente que se tenga un potente padrino como lo es de Dudamel el célebre director Claudio Abbado, quien me parece que está como Pavarotti, “recogiendo” de donde sea y a como de lugar. Tiempo al tiempo y veremos -ojala sea así- si este muchacho y novísimo director mantiene su prestigio consistentemente a nivel Internacional. Pero para eso viene como anillo al dedo la escena que le ocurrió a un famoso violinista (no recuerdo bien si fue a Stern o Haifetz) en el metro de New York, cuando viendo el violinista que llegaba tarde al concierto le preguntó a uno de los pasajeros cómo llegar lo antes posible al Carnegie Hall. El pasajero de marras le miró de arriba abajo con su traje de músico y el violín debajo del brazo y pausadamente le dijo: “practicing Sir, practicing…” A todas estas me pregunto qué será de la vida de Eduardo Marturet…
Ese mismo día fui por la noche al Trastevere. Por allí deambulé de un sitio a otro hasta que llegué, sin pretenderlo, a la iglesia basílica de Santa María in Trastevere, uno de los “titulus” más antiguos de Roma, con estupendos mosaicos medievales del maestro Cavallini. Al ingresar en ella, ¡Oh grata sorpresa! estaba por comenzar el rito de la exaltación de la cruz. Me senté en uno de sus bancos y disfruté de un coro excepcional y sus canciones magistralmente interpretadas, eso si, sin documentales previos ni previamente sesgados ni orquestas con nombres de personajes históricos cuya única relación con la música ha debido ser la de haber bailado, no se sabe cuan bien, algún minué. Después, ya afuera de la iglesia, en la plaza del mismo nombre comencé a cavilar sobre eso de “la exaltación de la cruz”…. Y recordaba el texto evangélico que había escuchado: “Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Juan 3,13-17) ¡Tiene tela!
Un día lo dediqué a visitar Firenze (Florencia). Como saben, allí, en la Chiesa de la Santa Croce nació esa exquisita enfermedad que aquejó al novelista francés Stendhal, tras un largo día paseando por Florencia, entrando en iglesias y museos, admirando tallas, estatuas, fachadas, cúpulas, frescos, cuando repentinamente sintió una extraña angustia acompañada de vértigos. Recurrió a un médico que, tras tomarle el pulso y mirarle los globos blancos de los ojos, le dijo que padecía una sobredosis de belleza. Había nacido el “Síndrome de Stendhal”, enfermedad que debe ser algo más que una mera anécdota cuando es seriamente estudiada en un departamento exclusivo del Hospital Santa María Novella y diagnosticada y medicada por los profesionales. Pues bien, los florentinos parecen estar acostumbrados a ello, pues cuando me encontraba en el Museo de la Academia admirando el David de Miguel Ángel, de pronto me di cuenta que una mujer, sentada muy cerca de mi, había quedado como en éxtasis y transportada, sin poder hablar ni caminar. De inmediato llegó una ambulancia y unos enfermeros cargaron con ella mientras nos advertían a los presentes que era una víctima del síndrome. De Firenze no puedo hablar porque si empiezo creo que no termino. Es realmente infinita la cantidad de cosas hermosísimas por ver en esa singular ciudad. Regresé a Roma en el tren de Alta Velocidad que tarda solo hora y media en alcanzar la estación romana de Términi.
En Italia quise darme más de un gusto gastronómico pues no es secreto que la comida italiana se encuentra entre mis favoritas. Me encontraba por el barrio judío de Roma tomando fotos y vi un portal muy pintoresco y original. Una persona se detuvo para esperar a que tomase la foto. Yo me negué y le dije que por favor siguiese que yo la tomaría después. En ese momento me dijo que el iba a entrar en el restaurante. Si no es por él jamás abría adivinado la presencia de un restaurante detrás de ese portal pues no tiene ningún aviso o indicación. Además me dijo que era muy bueno, de los mejores de Roma y a buen precio. Ni corto ni perezoso seguí su consejo y entré en el local. Era pequeño, casi rústico pero con muy buen ambiente y sin ningún turista. Eso me extrañó. Me informó uno de los camareros que solo podían entrar los “socios del club” Me quedé perplejo, pero todo se arregló cuando el Señor que espero a a que yo tomase la foto me presentó. Inmediatamente me hice miembro de esa sociedad cultural y gastronómica que se llama Sora Margherita. El dueño es un artista pintor que se llama Mauro Zirolli quien se sentó a comer a mi lado. Tuvimos una conversación muy animada en la cual terminaron participando todos los comensales. La familia del pintore Zirolli atiende el restaurante. Entre sus curiosidades está el menú que es hecho diariamente a mano. Antes de irme, el artista tuvo a bien hacerme un dibujo de Piazza Spagna en un menú, el cual conservo con agrado. Por si a alguno le interesa, la dirección del restaurante es: Piazza delle cinque Scole 30, Roma y su teléfono: 06 687 4216 y como dice Karlos Arguiñano, a comer rico, rico, rico. Dato: Alcachofas a la juliana. ¡Bocato di cardinale!
A mi regreso el Papa que siempre fue escritor y agudo metafísico, le dio por citar la cita de la discordia en uno de sus escritos en Ratisbona. Menuda polvareda ha levantado en el Islam. Desde mi punto de vista no hay relación causa efecto formal sino que los fanáticos están atentos a cualquier detalle para “justificar la guerra santa” La cosa se pone intensa e interesante. Ya veremos en la próxima Colectiva. Un fuerte abrazo. Arrivederci
TITULO: Senatus PopulusQue Romanus – El Senado y el Pueblo de Roma
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