Queridos todos:
“Entre todas las teologías abracadabrantescas, prefiero recurrir a los pensamientos alternativos a la historiografía filosófica dominante: las personas con humor, los materialistas, radicales, cínicos, hedonistas, ateos, sensualistas y voluptuosos. Pues ellos saben que solo existe un mundo y que toda promoción de los mundos subyacentes lleva a la pérdida del uso y beneficio del único que hay. Pecado realmente mortal…” Con estas palabras termina el último libro que he leído: “Tratado de ateología” por Michel Onfray. (Editorial Anagrama –Colección Argumentos-)
Este autor no trata de demostrar la inexistencia de Dios en su libro, sino enfocarse en las consecuencias que ha traído y trae la creencia en Dios a la humanidad, haciendo ver los valores de una sociedad laica, o por decirlo más crudamente, atea. La obra me recordó por momentos a dos pensadores: Ludwig Feuerbach y Friedrich Nietzsche quienes subyacen en toda la obra.
El primero fue un famoso alumno del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, cuyo idealismo filosófico rechazó más adelante, algo parecido a lo que Aristóteles hizo con su maestro Platón. En su obra clave “La esencia del cristianismo”, Feuerbach sostiene que la existencia de la religión sólo es justificable en tanto que satisface una necesidad psicológica; la preocupación esencial de la persona guarda relación con uno mismo y el culto a Dios no consiste más que en la idealización de uno mismo; una proyección enfermiza del Yo personal. Así como para el creyente, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, para Feuerbach, por decirlo de manera muy sucinta, el hombre también hizo a Dios a su imagen y semejanza. Más importante que su psicología religiosa es su materialismo. Según Feuerbach, el pueblo y sus necesidades materiales deben ser el fundamento de la teoría social y política. Los individuos y sus mentes, dice el filósofo, no son más que productos de su entorno; la conciencia de una persona es el resultado de la interacción de sus órganos sensoriales y el mundo externo.
El segundo, Friedrich Nietzsche muy conocido por su tesis sobre la “muerte de Dios”. De hecho, en su obra “Ecce Homo” en el Nº 8 “Por qué soy un destino”, que el mismo Onfray cita, escribe: ¡El concepto de Dios ha sido inventado como antinomia de la vida; en él se resume, en una unidad espantosa, todo lo que es dañino, venenoso, calumniador, la entera hostilidad a muerte contra la vida! El concepto del más allá, del mundo verdadero, no ha sido inventado más que para despreciar el único mundo que existe, para no conservar ya a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea. ¡El concepto de alma, de espíritu, y, en fin de cuentas, también el de alma inmortal, ha sido inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar -hacerle santo-, para contraponer una ligereza horrible a todas las cosas que merecen ser tomadas en serio en la vida: las cuestiones de alimentación, de alojamiento, de régimen intelectual, los cuidados a los enfermos, la limpieza, el clima! ¡En vez de la salud, la salud del alma, quiero decir una ‘folie circulaire’ que va desde las convulsiones de la penitencia hasta la histeria de la redención! ¡El concepto de pecado ha sido inventado al mismo tiempo que el instrumento de tortura que la completa, el libre arbitrio, para extraviar los instintos, para hacer de la desconfianza para con los instintos una segunda naturaleza! En el concepto de desinteresado, de negador de sí mismo, encontramos el verdadero emblema de ‘décadence’, el quedar seducido por lo nocivo, el ser-incapáz-ya-de-encontrar-el-propio-provecho, la destrucción de nosotros mismos, han llegado a ser cualidades, son el deber, la santidad, la divinidad en el hombre. Por último y esto es lo más horrible, en el concepto de hombre bueno, nos declaramos a favor de todo lo que es débil, enfermo, malogrado; a favor de todo lo que sufre de sí mismo, de todo lo que debe perecer -, invertida la ley de la selección, convertida en un ideal la contradicción del hombre orgulloso y bien constituido, del que dice sí, del que está seguro del futuro, del que garantiza el futuro - hombre que ahora es llamado el malvado... ¡Y todo esto fue creído como moral! - Escrasez l'infame!
Para Onfray, en estos momentos que vivimos, Dios no solo es la proyección del hombre sino que además no esta muerto. Está renaciendo tanto en oriente como en occidente. Por ello aboga por un ateismo positivo respecto a la vida, la historia y el mundo y llene los espacios vacíos que están ocupando los fundamentalismos de las religiones, principalmente las que provienen del patriarca Abraham.
Recuerdo que cuando inauguramos la sucursal del Citibank en Maracaibo como una nueva “Model Branch” de esa Institución Financiera, invitamos al Obispo de la ciudad, Monseñor Roa Pérez a llevar a cabo el tradicional acto de bendición de dicho establecimiento. Mi jefe de entonces, Don Salvador López de Azúa, hombre culto y elocuente y según el mismo, de verbo “espeso” no encontraba en esa oportunidad mucho tema de conversación con el representante de la iglesia. Quizás por ello, y para romper el hielo, le dijo: -Monseñor, esta visto que la gente quiere creer en Dios. Es una especie de manía innata en la mayoría de los hombres. El ejemplo más palpable lo tenemos en el reciente derrumbamiento del bloque soviético: No pasó un solo día cuando las Iglesias estaban llenas de feligreses y los popes realizando sus misas, después de ¡setenta años! de persecución religiosa. Es un hecho que pierden su tiempo todos aquellos que quieren imponer el ateismo como una forma de vida; y también está claro, que pierden su tiempo y sufren importantes consecuencias quienes se empecinan en ir en contra del mercado, pues la gente no solo quiere creer en Dios, sino que además desea producir riqueza, su propia riqueza. La moraleja es: Ni contra Dios ni contra el Mercado. Y ese fue el gravísimo error del comunismo, pues iba contra ambos. El Obispo quedó impresionado por estas palabras, y a raíz de ellas fluyó una intensa e interesante conversación.
Lo cierto es que como explica Onfray en su libro, un mismo libro, ya sea la Biblia o el Corán, tiene tantas lecturas como lectores. El Corán es capaz de generar un insufrible peso de conciencia a un humilde musulmán porque accidentalmente arrolló con su coche un inocente animalillo y simultáneamente, en el corazón de otro creyente es capaz de insuflarle un demoníaco deseo y obligación de martirio capaz de derrumbar a las torres gemelas de Nueva York eliminando con ello a más de tres mil personas o “infieles” y la Biblia es capaz de generar a un mismo tiempo, verdaderos titanes de la humanidad como la madre Teresa de Calcuta, o al padre Ferrer en la india, o al Padre Vélaz en Venezuela creando la señera obra educadora de “Fe y Alegría” en múltiples países latinoamericanos así como también la inquisición, las Cruzadas o la quema de “brujas” por citar algunos ejemplos.
Si, aceptamos que la humanidad quiere creer en Dios y en lugar de luchar contra eso, creo que se debería enfatizar y potenciar las lecturas positivas de esos libros “sagrados” capaces al menos de no entorpecer el desarrollo y de ayudar sensiblemente al prójimo. Lo discutible está en el tipo de ayuda que se otorgue, y en esto entra en escena el mercado; es decir la economía. El billete verde ostenta orgullosamente el lema: “In God we Trust” un perfecto epítome de lo que significa creer a un mismo tiempo en ambos: Dios y Mercado. El equilibrio entre ambos ciertamente es difícil: Una excesiva creencia en Dios puede y normalmente deteriora la libertad de mercado. Un apasionado peso valorativo en el mercado suele acabar en un mórbido materialismo. Benjamín Franklin en su obra “Libro del hombre de bien” nos da ejemplos prácticos sobre el balance entre ambos Dios y el dinero.
El creyente tiene la vara para medir sus actos. Las “palabras divinas” son el patrón que decide cuando se esta obrando “bien” y cuando “mal” independientemente que se sufra por un animalillo arrollado o se muera en martirio masacrando a más de 3000 inocentes en flagrante acto de terrorismo. Al Ateismo o mejor dicho, al ateo se le suele ver como un ser “sin vara que le mida” sus actos. Esa fue la verdadera preocupación de un filosofo como Inmanuel Kant cuando en la “Crítica de la Razón Práctica” levanta todo un andamiaje ético que antes había destrozado como “efecto colateral” con la “Crítica de la Razón Pura”. No existiendo Dios ¿cómo podemos decir que un acto es “bueno o “malo”?. Y en esto el metódico pensador de Königsberg casi llega al perfeccionismo no solo casuístico sino cómico. Veamos un ejemplo:
Imaginemos a una persona en peligro de muerte y que puedo salvarla pero decido no hacerlo, porque le debo dinero y su muerte me librará de la deuda. En este caso habremos obrado por inclinación, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda. Este sería según Kant un “Acto contrario al deber” y obviamente malo. Ahora bien, si el que está en peligro de muerte es el deudor y muere, entonces el acreedor no podrá recuperar el dinero y para evitar eso el prestamista va y le salva. En este caso, el deber coincide con la inclinación; inclinación mediata, porque el hombre salvado es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero). Desde un punto de vista ético, es un acto neutro (ni bueno ni malo) catalogado por Kant como “Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata”. Pero no termina aquí el asunto. Resulta ahora que quien está en peligro de muerte es alguien a quien no solo conozco sino que además amo y por ello le salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación, pero es una inclinación inmediata porque la persona salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Para Kant, este es también un acto moralmente neutro y lo cataloga como “Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata”. Pero si el que está en peligro de muerte es un desconocido; o peor aún, es un enemigo, a quien deseo la muerte pero a pesar de ello le salvo contrariando mi inclinación. Este sería el único caso en que Kant considera que se trata de un acto “moralmente bueno”, pues se procede conforme al deber sin seguir inclinación alguna y lo cataloga como “Actos cumplidos por deber”. ¡Nuts!
Lo importante de todo este galimatías es el deseo de ubicar ontológicamente los actos humanos; la necesidad intrínseca de una moral. Esto es una manifestación más de la demencia del mono humano. Y abre una nueva dimensión que es realmente abrumadora: la relatividad de la moral. Lo que hoy es “bueno” mañana puede que sea “malo” así como lo bueno para un grupo humano es malo para otro grupo… Creo que deberíamos adoptar la “moral” de los animales: lo bueno es lo que protege a la especie; no al individuo. ¿Verdad Lukizarra?. Este tema me ha puesto muy nervioso y para calmarme nada mejor que un paseo por el Foro de Roma viendo sus gatos. Ya les contaré. Hasta la próxima semana. Ciao.
“Entre todas las teologías abracadabrantescas, prefiero recurrir a los pensamientos alternativos a la historiografía filosófica dominante: las personas con humor, los materialistas, radicales, cínicos, hedonistas, ateos, sensualistas y voluptuosos. Pues ellos saben que solo existe un mundo y que toda promoción de los mundos subyacentes lleva a la pérdida del uso y beneficio del único que hay. Pecado realmente mortal…” Con estas palabras termina el último libro que he leído: “Tratado de ateología” por Michel Onfray. (Editorial Anagrama –Colección Argumentos-)
Este autor no trata de demostrar la inexistencia de Dios en su libro, sino enfocarse en las consecuencias que ha traído y trae la creencia en Dios a la humanidad, haciendo ver los valores de una sociedad laica, o por decirlo más crudamente, atea. La obra me recordó por momentos a dos pensadores: Ludwig Feuerbach y Friedrich Nietzsche quienes subyacen en toda la obra.
El primero fue un famoso alumno del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, cuyo idealismo filosófico rechazó más adelante, algo parecido a lo que Aristóteles hizo con su maestro Platón. En su obra clave “La esencia del cristianismo”, Feuerbach sostiene que la existencia de la religión sólo es justificable en tanto que satisface una necesidad psicológica; la preocupación esencial de la persona guarda relación con uno mismo y el culto a Dios no consiste más que en la idealización de uno mismo; una proyección enfermiza del Yo personal. Así como para el creyente, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, para Feuerbach, por decirlo de manera muy sucinta, el hombre también hizo a Dios a su imagen y semejanza. Más importante que su psicología religiosa es su materialismo. Según Feuerbach, el pueblo y sus necesidades materiales deben ser el fundamento de la teoría social y política. Los individuos y sus mentes, dice el filósofo, no son más que productos de su entorno; la conciencia de una persona es el resultado de la interacción de sus órganos sensoriales y el mundo externo.
El segundo, Friedrich Nietzsche muy conocido por su tesis sobre la “muerte de Dios”. De hecho, en su obra “Ecce Homo” en el Nº 8 “Por qué soy un destino”, que el mismo Onfray cita, escribe: ¡El concepto de Dios ha sido inventado como antinomia de la vida; en él se resume, en una unidad espantosa, todo lo que es dañino, venenoso, calumniador, la entera hostilidad a muerte contra la vida! El concepto del más allá, del mundo verdadero, no ha sido inventado más que para despreciar el único mundo que existe, para no conservar ya a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea. ¡El concepto de alma, de espíritu, y, en fin de cuentas, también el de alma inmortal, ha sido inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar -hacerle santo-, para contraponer una ligereza horrible a todas las cosas que merecen ser tomadas en serio en la vida: las cuestiones de alimentación, de alojamiento, de régimen intelectual, los cuidados a los enfermos, la limpieza, el clima! ¡En vez de la salud, la salud del alma, quiero decir una ‘folie circulaire’ que va desde las convulsiones de la penitencia hasta la histeria de la redención! ¡El concepto de pecado ha sido inventado al mismo tiempo que el instrumento de tortura que la completa, el libre arbitrio, para extraviar los instintos, para hacer de la desconfianza para con los instintos una segunda naturaleza! En el concepto de desinteresado, de negador de sí mismo, encontramos el verdadero emblema de ‘décadence’, el quedar seducido por lo nocivo, el ser-incapáz-ya-de-encontrar-el-propio-provecho, la destrucción de nosotros mismos, han llegado a ser cualidades, son el deber, la santidad, la divinidad en el hombre. Por último y esto es lo más horrible, en el concepto de hombre bueno, nos declaramos a favor de todo lo que es débil, enfermo, malogrado; a favor de todo lo que sufre de sí mismo, de todo lo que debe perecer -, invertida la ley de la selección, convertida en un ideal la contradicción del hombre orgulloso y bien constituido, del que dice sí, del que está seguro del futuro, del que garantiza el futuro - hombre que ahora es llamado el malvado... ¡Y todo esto fue creído como moral! - Escrasez l'infame!
Para Onfray, en estos momentos que vivimos, Dios no solo es la proyección del hombre sino que además no esta muerto. Está renaciendo tanto en oriente como en occidente. Por ello aboga por un ateismo positivo respecto a la vida, la historia y el mundo y llene los espacios vacíos que están ocupando los fundamentalismos de las religiones, principalmente las que provienen del patriarca Abraham.
Recuerdo que cuando inauguramos la sucursal del Citibank en Maracaibo como una nueva “Model Branch” de esa Institución Financiera, invitamos al Obispo de la ciudad, Monseñor Roa Pérez a llevar a cabo el tradicional acto de bendición de dicho establecimiento. Mi jefe de entonces, Don Salvador López de Azúa, hombre culto y elocuente y según el mismo, de verbo “espeso” no encontraba en esa oportunidad mucho tema de conversación con el representante de la iglesia. Quizás por ello, y para romper el hielo, le dijo: -Monseñor, esta visto que la gente quiere creer en Dios. Es una especie de manía innata en la mayoría de los hombres. El ejemplo más palpable lo tenemos en el reciente derrumbamiento del bloque soviético: No pasó un solo día cuando las Iglesias estaban llenas de feligreses y los popes realizando sus misas, después de ¡setenta años! de persecución religiosa. Es un hecho que pierden su tiempo todos aquellos que quieren imponer el ateismo como una forma de vida; y también está claro, que pierden su tiempo y sufren importantes consecuencias quienes se empecinan en ir en contra del mercado, pues la gente no solo quiere creer en Dios, sino que además desea producir riqueza, su propia riqueza. La moraleja es: Ni contra Dios ni contra el Mercado. Y ese fue el gravísimo error del comunismo, pues iba contra ambos. El Obispo quedó impresionado por estas palabras, y a raíz de ellas fluyó una intensa e interesante conversación.
Lo cierto es que como explica Onfray en su libro, un mismo libro, ya sea la Biblia o el Corán, tiene tantas lecturas como lectores. El Corán es capaz de generar un insufrible peso de conciencia a un humilde musulmán porque accidentalmente arrolló con su coche un inocente animalillo y simultáneamente, en el corazón de otro creyente es capaz de insuflarle un demoníaco deseo y obligación de martirio capaz de derrumbar a las torres gemelas de Nueva York eliminando con ello a más de tres mil personas o “infieles” y la Biblia es capaz de generar a un mismo tiempo, verdaderos titanes de la humanidad como la madre Teresa de Calcuta, o al padre Ferrer en la india, o al Padre Vélaz en Venezuela creando la señera obra educadora de “Fe y Alegría” en múltiples países latinoamericanos así como también la inquisición, las Cruzadas o la quema de “brujas” por citar algunos ejemplos.
Si, aceptamos que la humanidad quiere creer en Dios y en lugar de luchar contra eso, creo que se debería enfatizar y potenciar las lecturas positivas de esos libros “sagrados” capaces al menos de no entorpecer el desarrollo y de ayudar sensiblemente al prójimo. Lo discutible está en el tipo de ayuda que se otorgue, y en esto entra en escena el mercado; es decir la economía. El billete verde ostenta orgullosamente el lema: “In God we Trust” un perfecto epítome de lo que significa creer a un mismo tiempo en ambos: Dios y Mercado. El equilibrio entre ambos ciertamente es difícil: Una excesiva creencia en Dios puede y normalmente deteriora la libertad de mercado. Un apasionado peso valorativo en el mercado suele acabar en un mórbido materialismo. Benjamín Franklin en su obra “Libro del hombre de bien” nos da ejemplos prácticos sobre el balance entre ambos Dios y el dinero.
El creyente tiene la vara para medir sus actos. Las “palabras divinas” son el patrón que decide cuando se esta obrando “bien” y cuando “mal” independientemente que se sufra por un animalillo arrollado o se muera en martirio masacrando a más de 3000 inocentes en flagrante acto de terrorismo. Al Ateismo o mejor dicho, al ateo se le suele ver como un ser “sin vara que le mida” sus actos. Esa fue la verdadera preocupación de un filosofo como Inmanuel Kant cuando en la “Crítica de la Razón Práctica” levanta todo un andamiaje ético que antes había destrozado como “efecto colateral” con la “Crítica de la Razón Pura”. No existiendo Dios ¿cómo podemos decir que un acto es “bueno o “malo”?. Y en esto el metódico pensador de Königsberg casi llega al perfeccionismo no solo casuístico sino cómico. Veamos un ejemplo:
Imaginemos a una persona en peligro de muerte y que puedo salvarla pero decido no hacerlo, porque le debo dinero y su muerte me librará de la deuda. En este caso habremos obrado por inclinación, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda. Este sería según Kant un “Acto contrario al deber” y obviamente malo. Ahora bien, si el que está en peligro de muerte es el deudor y muere, entonces el acreedor no podrá recuperar el dinero y para evitar eso el prestamista va y le salva. En este caso, el deber coincide con la inclinación; inclinación mediata, porque el hombre salvado es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero). Desde un punto de vista ético, es un acto neutro (ni bueno ni malo) catalogado por Kant como “Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata”. Pero no termina aquí el asunto. Resulta ahora que quien está en peligro de muerte es alguien a quien no solo conozco sino que además amo y por ello le salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación, pero es una inclinación inmediata porque la persona salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Para Kant, este es también un acto moralmente neutro y lo cataloga como “Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata”. Pero si el que está en peligro de muerte es un desconocido; o peor aún, es un enemigo, a quien deseo la muerte pero a pesar de ello le salvo contrariando mi inclinación. Este sería el único caso en que Kant considera que se trata de un acto “moralmente bueno”, pues se procede conforme al deber sin seguir inclinación alguna y lo cataloga como “Actos cumplidos por deber”. ¡Nuts!
Lo importante de todo este galimatías es el deseo de ubicar ontológicamente los actos humanos; la necesidad intrínseca de una moral. Esto es una manifestación más de la demencia del mono humano. Y abre una nueva dimensión que es realmente abrumadora: la relatividad de la moral. Lo que hoy es “bueno” mañana puede que sea “malo” así como lo bueno para un grupo humano es malo para otro grupo… Creo que deberíamos adoptar la “moral” de los animales: lo bueno es lo que protege a la especie; no al individuo. ¿Verdad Lukizarra?. Este tema me ha puesto muy nervioso y para calmarme nada mejor que un paseo por el Foro de Roma viendo sus gatos. Ya les contaré. Hasta la próxima semana. Ciao.
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TITULO: (Apartado de las cosas divinas)
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