16 julio 2005

BONUM VINO LAETIFICAT COR HOMINI

Queridos todos:

Cuando se llega a un país nuevo se suele poner la atención en detalles que en otra situación no se les habría prestado. Uno de los lugares “sagrados” de todos los habitantes de España (es que no se si puedo o debo llamarles españoles) es el Bar. Ese lugar, dependiendo de la estación se convierte en abrigo, en paraguas, en terraza, y para algunos casi en casa. La calle suele ser el verdadero hogar del español, y el Bar su “Santa Sanctorum”. Es allí donde se alterna, se liga, se discute, se vociferan los resultados del fútbol, se habla de trabajo, de loterías, se cierran contratos, se cuestiona al gobierno o a la oposición, se critica sin piedad al vecino o al jefe… Es el lugar donde en definitiva se vive. Me he preguntado por esta habitual cultura del bar y ciertamente no se si esto obedece a la estrechez de los sitios de vivienda o simplemente es por cumplir la norma no escrita pero fielmente cumplida, como código de conducta genético, de asistir a él, al menos en dos oportunidades al día: el desayuno (entre 10 y 11 de mañana) y al salir del trabajo, el “tapeo” normalmente entre las 8 y 9 de la tarde/noche.

El bar español es una de las instituciones más democráticas que existen en el mundo. En las horas punta se puede observar en mesas o en la barra, a altos ejecutivos, obreros, estudiantes, vendedores, hombres, mujeres, gays, gente pues de toda clase y condición que comen de lo mismo, beben de lo mismo y hablan todos al mismo tiempo si bien cada cual en su propia bola. En España nadie se impresionaría de ver en un bar al presidente del banco Santander Emilio Botín; en Venezuela seria imposible ver a Don Gustavo Volmer en un bar de la Candelaria. El bar es polifacético pues además, es restautrant, es café, y es clínica psiquiatrica para muchos de sus habituales visitantes. Lo que en otras partes del mundo implicaría una costosa sesión de “terapia” en un diván con un tío que suele estar mas loco que uno mismo, en España se decanta en el ambiente efímero y comunicador del bar.

Unamuno decía que lo mejor del pensamiento filosófico español no estaba impreso en los libros sino que se encuentra en los recuerdos de la barra de un bar o café. En Madrid algunos cafés se convirtieron en auténticos "mentideros", cuevas de conspiradores y ateneos culturales que dieron lugar a un fenómeno, entre lo cultural y el chismorreo, al que se dio el nombre de tertulia, que en su mayoría eran lideradas por personajes célebres de las artes, o las letras. Entre los que alcanzaron fama están el Café de Oriente, la Flor y Nata, el Café de Pombo y el Café Gijón. Todos ellos albergaron varias tertulias como la que capitaneaba Valle-Inclán en el Ateneo y en la Flor y Nata o la del café de Pombo, cuyo sótano se hizo famoso con el nombre de "La Cripta de Pombo" debido a las reuniones que allí organizaba Ramón Gómez de la Serna. Al Gijón le hicieron famoso las tertulias de los intelectuales de posguerra (allí se podía encontrar a escritores como Camilo José Cela, Alejandro Casona, E. Jardiel Poncela y muchos otros), más animadas por las discusiones artísticas que por las políticas como era obvio en la España franquista. Hoy en día el Gijón es visita obligada de turistas.

A la hora de pedir lo que se va a consumir no son bien vistas las expresiones usadas en Latinoamérica de “por favor” o “tenga la bondad”. No por usarlas eres más educado y en casos, estas suelen resultar cursis e irritantes no solo al camarero sino a los tertulianos en derredor…. Afortunadamente te notan el acento de “aquellas tierras” y por ello suelen ser más piadosos contigo, pues de lo contrario te tacharían de maricón consumado y consumido. Al bar se va a mandar. En lugar de decir “por favor ¿me da una cerveza?” hay que decir, sin titubeos, con poderío y fuerza, ¡Dáme una caña! Y cuando ésta es servida, tú, como momentáneo reyezuelo, no osas mirar al camarero pero si, con cierto desdén y a ser posible con cara de “pre-asco”, a la fiel “tapa” que la acompaña aunque la misma se vea y esté como para chuparse los dedos… ¡No hay que desbocarse chaval! Ingerida la primera cerveza, suele apetecerte la segunda. Nuevamente con voz fuerte y como un general mandando a un soldado le dirás al camarero: ¡Dame otra! ¡Que esté más fría! ¡Que la primera no estaba a punto….! Y ante esa queja puede que tengas el privilegio de decidir la tapa que desees. El camarero, que nunca se sentirá ni intimidado ni humillado por la manera como le solicitas los consumos, te preguntará tuteándote: ¿Qué tapa quieres? hay de tortilla, ensaladilla, patatas en adobo, boquerones fritos, boquerones en vinagre, aceitunas de Jaén, albóndigas, empanadillas, montadito de pimientos… y tu, para darte a notar un poco más, le preguntarás: ¿hay de queso? E inmediatamente gritará el camarero: ¡una de queso! (es decir exactamente aquella que él no había enumerado en su oferta) ¡Tiene tela marinera!

¿Qué te debo? A lo que el barman te preguntará: ¿Qué tienes? Tu respondes: dos cañas. Dos euros responderá él. Así de sencillo. Eres tu el responsable de saber lo que debes. Tu tienes que llevar la cuenta de lo que has consumido. Eso es religiosamente respetado por todo el mundo, es cuestión de hidalguía y de honor. Jamás le robarás al del bar, parece ser el undécimo mandamiento para el gentilicio español. En una ocasión uno de los clientes dijo una cuenta menor a la real. Después que salio del establecimiento, otro de los que allí estaban en la barra comentó: ese se ha ido sin pagar un “cortao” (el típico marroncito venezolano). El del bar le dijo, no importa; ya volverá. En menos de 5 minutos veo entrar nuevamente al que se fue sin pagar el cortao y le dice al camarero: Creo que no te pagué un cortao y le deja el dinero. El barman solo le dice: venga. En este pequeño y estricto universo cualquiera puede ser tu amigo o tu compañero puntual o tu siquiatra ocasional, pero también cualquiera puede delatarte, puede ser tu juez, menos el camarero que, aunque cueste creerse, es tu aliado.

Al inicio de esta carta dije que la calle suele ser el verdadero hogar del español, y el Bar su “Santa Sanctorum”, pues bien, en el bar también hay un equivalente de la patena: el cenicero. Nunca se te ocurra echar en el cenicero algo distinto a una colilla o la ceniza de los tabacos y cigarrillos que abundantemente allí se fuman. Recuerdo la cara de recriminación que sufrí de uno de los presentes cuando una vez, puse unas semillas de aceituna en uno de los ceniceros. El fumador de marras cogió el cenicero, lo volteó y semillas al suelo… Un suelo limpio es el peor síntoma que puede tener un bar. Cuanto más papel, semillas, pedazos de toda calidad e índole abunden, mejor es el bar. Unos muchachos venezolanos compraron un bar y lo mantenían impecable. Pensaban que de esa manera lograrían un mayor tráfico de clientes. Casi quiebran; la limpieza les estaba matando. Hoy en día es un bar próspero y abundante en basura…
La entrada al bar merece un profundo estudio antropológico aparte. El macho ibérico entra en el bar igual que un general romano regresa a Roma después de ganar la más dura de las batallas en las Galias o en la Bética, o igual que un torero de fama sale al ruedo. Tiene un paseíllo especial, entre amanerado y violento hasta que alcanza la barra. Una vez allí comienza un cuidado ritual cuasi religioso de manifestación de poder, algo así como cuando los tigres se enseñan los colmillos y la garras, solo que en esta ocasión se reduce a colocar encima de la barra una cajetilla de Marlboro, junto con un mechero de marca, normalmente “zippo”, y un móvil de última generación. Después que ha efectuado esta muestra de armas, mira de soslayo a su alrededor, es decir, mira a los mecheros, móviles y cajetillas de los vecinos de barra, sintiéndose triunfador cuando su marca de cigarrillos, de móvil y de mechero es más puntera que la de los otros. Mientras consume, ya habrá encendido unos dos o tres cigarrillos pero el momento estelar llega cuando suena el móvil. En ese momento no hay nadie tan importante en la tierra como él, aunque la llamada sea de la mujer recordándole que antes de llegar a casa pase por el mercado y traiga un paquete de lentejas.

No vayan a creerse que todas las mujeres se quedan encasa esperando el paquete de lentejas. Hoy en día Las mujeres, sean solteras, casadas, viudas o divorciadas también van al bar. Muchas veces se encuentran con sus maridos allí y después van a casa a cenar. Algunas incluso van con el aparatoso coche del niño que personalmente me da la misma sensación de agobio que si fuese un escaparate en medio del lugar y hago crisis cuando el niño empieza a berrear... Otras veces entran en grupos dispuestas a apuñalearse verbalmente entre ellas o a las ausentes… que en eso hay poca variación a nivel mundial. Otras veces van a la cacería pura y dura. Además el bar es un estupendo lugar de encuentro para ligues y devaneos de todo tipo. ¿Dónde estabas Maruja? Tomando una copita con Fermina en el bar…. Contesta ella… y el tío mosqueado…

Todos los lunes me reúno con Oscar en el José Luis del Paseo de la Habana. En el café-bar José Luis. Es nuestra “oficina”. En cuanto llegamos a las 11 de la mañana nos sentamos en nuestra mesa, la misma mesa siempre, y sin preguntar, viene uno de los camareros con nuestra sólita consumición: un café solo sin azúcar, un cortao con sacarina y un vaso de agua. Nos conocen desde el segundo día que fuimos. Y si por alguna razón cambiamos el día de encuentro, pues nos lo reclaman con cierto aire de cabreo. Todas las semanas nos comenta el camarero el libro que está leyendo. Es un gran lector. Nos ha dado consejos sobre los últimos libros y sobre la recién terminada feria del libro en el Parque del Retiro en Madrid. Si fuese por nosotros le invitábamos a sentarse a dialogar con nosotros y le pediríamos su opinión sobre lo que pasa en este convulsionado mundo. Estoy seguro que tendrá una visión interesante de las cosas y los problemas que nos aquejan pero su obligación en el timonel del bar nos lo impide. Mañana seguramente nos adelantará los comentarios sobre su nuevo libro.

Para terminar, levanto un ruego: que Octavio termine su carta, que ya me han dicho que va por doce páginas y tenemos verdadero gusto por comenzar su lectura. Y nada más. Un fuerte abrazo para todos desde este Madrid con su sofocante verano. Hasta la semana que viene. Agur

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TITULO: El buen vino alegra el corazón del hombre

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