Queridos todos:
Me imagino que ya ni os acordáis del cafecito que os propuse ayer; pues lo mejor es que, en este mismo momento, toméis otro para no dormiros mientras leéis la presente. Hecha esta sana advertencia prosigo:
En nuestra última colectiva terminamos con una cita de Herodoto en la que el famoso historiador detallaba el proceso de construcción de las pirámides. Muchos creen, por haberlo leído en la Biblia, (Éxodo I-12) que los constructores pudieron ser esclavos judíos. A esta creencia contribuyó mucho la famosa película de Cecil B. De Mille “Los 10 Mandamientos”. Lo cierto es que, en la Gran Pirámide y las edificaciones hermanas no participó, que se sepa, ningún judío, pues fueron construidas unos mil años antes de que los israelitas llegaran a Egipto, y en todo caso, es muy probable que los constructores no fuesen todos esclavos, sino en su mayoría hombres libres que trabajaban a gusto; gente común generalmente agricultores que vendían su fuerza laboral durante las inundaciones del Nilo, cuando no se podía hacer el trabajo en el campo, y recibían un buen trato. Un proverbio local reza: "El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides" Dudo que exista alguien sobre este planeta que al enfrentarse a las Pirámides no sienta una muy peculiar admiración. Independientemente de tomar en consideración todas las dificultades habidas y muchas otras imaginadas, en su construcción, como el de las canteras de piedra caliza de sus bloques ubicadas a 600 millas Nilo arriba y la colocación de los bloques a medida que aumentaban de altura, es desde luego alucinante la sensación de grandeza que te imprimen. Muchos charlatanes han aprovechado esta admiración que crean en la gente para obtener y empaquetar una inmensa cantidad de deducciones disparatadas desde el punto de vista físico, astronómico, geométrico, matemático, esotérico y ¡hasta extraterrestre! Jeannette e Isabel tuvieron la valentía de entrar hasta la cámara mortuoria de la gran pirámide y fue una gran suerte para ellas pues solo admiten 100 visitas diarias. Yo no quise entrar debido a las dificultades físicas que presenta su acceso así como porque en su interior no hay nada que ver a excepción de turistas muchos de ellos alucinados con la idea de recibir un efluvio especial o magnético que se desprende en su seno.
Los Templos egipcios siempre despertaron en mi un interés especial desde los tiempos de bachillerato cuando estudiaba historia del arte: su configuración, sencillez de líneas, la finura de los bajorrelieves, la magia de los jeroglíficos… ¡Por fin me encontraba en ellos! Después de Abu Simbel visitamos los de Edfú y Kom Ombo. El primero dedicado a Horus, el dios halcón. Un Templo muy bonito, el mejor conservado de Egipto y el más importante después del de Karnak. Mide 137 metros de largo por 79 de ancho y 36 de altura, y representa la típica construcción de los Templos egipcios con el pilono, el patio, 2 salas hipóstilas, una cámara de ofrendas, la sala central y el santuario. Es muy característica su iluminación, con habitaciones cada vez más pequeñas que impedían el paso de la luz gradualmente hasta llegar al oscuro santuario, que recibe la iluminación sólo desde el eje. El segundo, el Templo de Kom Ombo, está dedicado al dios Sobek, una divinidad con forma de Cocodrilo. Se cree que fue divinizado porque los cocodrilos abundaban en esta zona del Nilo; sin embargo, a la gente de este pueblo no les gustaba mucho ser asociados a un dios que representaba el mal, por eso, le agregaron otro dios, Horus, como hermano suyo y socio en el culto del Templo. Su actual estado de deterioro, está coincidencialmente contemplado en el propio mito de este Templo, pues cuenta la leyenda que Sobek, el hermano malvado con forma de cocodrilo, maquinaba contra su hermano Horus, con forma de Halcón hasta echarle del pueblo. La población, al ver su dios amado abandonar el pueblo, también partió hasta dejarlo completamente vacío. Sobek al querer reanudar la vida en el poblado, resucitó a los muertos quienes en lugar de construir destruían y en lugar de sembrar trigo, sembraban arena…
Desde cubierta podíamos divisar el Templo de Luxor. Nuestro barco formaba parte de la quinta fila de barcos en el puerto. Los atracan de tal manera que sus puertas de entrada coincidan, convirtiéndose de esa manera cada barco en un pasadizo, que permite llegar al muelle tras pasar por los otros 4 barcos estacionados. Así llegamos a Luxor, la antigua Tebas. Esta ciudad fue cobrando poco a poco importancia durante la X dinastía hasta transformarse en la capital de los faraones del Nuevo Imperio. Allí se veneraba con suntuosas ceremonias al dios Amón en tríada con Mut y Khonsu (¿Otra versión de la Santísima Trinidad?). A cada victoria, a cada triunfo, se erigían nuevos y grandiosos Templos en honor del dios. La antigua capital egipcia fue dividida por un canal, al sur del cual surgió Luxor, en tanto que al norte fue extendiéndose el pueblo de Karnak con su Templo. Este es, todavía, el más grande del mundo al ocupar unas 123 hectáreas, y en realidad es un grupo de 4 Templos: Templo de Ramsés III, Templo de Ptah, Templo de Opet y el Templo de Jonsu. Conectaba con el de Luxor con una avenida de esfinges de cabeza de carnero por donde pasaba la barca del Faraón. El que más me gustó fue sin duda el de Luxor; es el más completo y diría que menos anárquico. Se debe fundamentalmente a la obra de 2 faraones, grandes constructores, Amenhotep III y Ramsés II. El primero construyó la parte interior y Ramsés II el recinto exterior. No obstante, el templo tuvo tal importancia que muchos otros faraones contribuyeron al engrandecimiento del recinto, con la decoración, construcciones suplementarias, relieves o realizando diferentes cambios. Entre estos se encontraban Tutankamón, quien retomó el proyecto tras la muerte de Akenatón, el faraón que intentó imponer el monoteísmo en Egipto. El pobre “se topó” con la iglesia de su tiempo: todos los sacerdotes de los dioses destronados. ¡Eso de meterse con los curas siempre ha tenido consecuencias…!
La función principal del templo de Luxor era la procesión que se celebraba una vez al año, durante la festividad del Año Nuevo (21 de Julio) y en la que la imagen de Amón salía de su recinto de Karnak para, a través de la avenida de las esfinges, visitar el templo de Luxor. La imparidad de los obeliscos a la entrada de Luxor está manifiesta en la plaza de la Concordia en París así como en el Vaticano está, en pleno centro de San Pedro uno de los pertenecientes a Karnak. De hecho hoy en día, de los 27 antiguos obeliscos egipcios que se encuentran erguidos, solo quedan 6 en Egipto: el de Heliópolis, los tres de Karnak, el de Luxor y el de El Cairo. El resto se encuentran esparcidos en cada continente. Ciertamente hay mucho material arqueológico perteneciente a la cultura egipcia esparcido por el mundo. Las colecciones que recuerdo haber visto en el Museo Metropolitano de Nueva York, en el Louvre, en el British Museum y en los museos del Vaticano son inmensas. ¿Deberían estas obras estar en Egipto? No lo sé. Lo cierto es que como todas las cosas también tiene su lado positivo el que estén fuera de la vega del Nilo porque, por una parte, hacen el efecto de escaparate y de llamada a miles de personas que aun no han visitado Egipto y por la otra, hay certeza del grado de estima y celo de conservación que gozan dichas obras en esos museos. Creo que son un buen anzuelo para promocionar el turismo egipcio.
Por su parte el Templo de Abu Simbel o de Ramsés II, tiene el atractivo de haber sido salvado de las aguas del gran lago Nasser generado por la represa de Aswan y por estar orientado de tal manera que el sol entra por su puerta y sus rayos iluminan a Amon-Ra dos veces al año durante el equinoccio. Junto a este se encuentra el Templo menor de Nefertari, la esposa de Ramsés, II y en la margen occidental del Nilo frente a Luxor, el Templo dedicado a la reina Hatshepsut, hija de Tumosis I y esposa de su hermanastro Tumosis II. Por ser dedicado a mujeres carecen del esplendor y configuración de los otros Templos si bien es curioso observar que su existencia indica que el machismo no estaba tan presente en aquella civilización que terminó precisamente con otra mujer: Cleopatra. Sin ir más lejos, en Madrid podemos observar, cerca de la Plaza España, el Templo de Debod, regalo de Egipto a España por haber participado ésta en la salvación de Abu Simbel. El Templo de Debod fue también dedicado a una mujer: la diosa Isis.
Terminamos el crucero por el Nilo en Luxor. Desde allí nos trasladamos al Cairo en avión, que como suele ocurrir por estas fechas salio con un pequeño retraso de ¡10 horas!. La primera impresión de El Cairo es desoladora… y la última es peor aunque con algo de “saudade”. La mejor descripción que puedo hacer, y que lamentablemente no todos los lectores podrán comprender es que El Cairo es algo así como la población venezolana de “Tucacas” pero a lo bestia….Con una población que supera los 20 millones de habitantes y un tamaño de vértigo (67 Km. de punta a punta) el Cairo no ve llover desde 1994; quizás por ello, la mierda acumulada en sus calles es imposible de imaginar y lo que es peor, evadir. Allí las chabolas (ranchitos) tienen categoría de edificios, con más de 8 pisos y están por doquier; tanto en zonas “privilegiadas” como en las propiamente paupérrimas. Nuestro hotel se encontraba en las afueras muy cerca de las Pirámides. Fue en esa oportunidad que las vi por vez primera y su visión tuvo un efecto psicotrópico que me hizo olvidar por momentos la mala noche sin dormir por el retraso del vuelo y el impacto de la ciudad por su omnipresente y reinante inmundicia. ¿Qué puedes pensar de una ciudad en donde más de 500 mil habitantes viven en un cementerio? Y no en chabolas anexas, sino en las mismísimas tumbas… me refiero a la Ciudad de los Muertos; un antiguo cementerio musulmán en el que se encuentran, entre muchas otras, las tumbas reales de los mamelucos. Las tumbas allí son tan grandes como casas y por ello fueron ocupadas por familias de clase baja. En muchos casos sus habitantes han llegado a un acuerdo con las familias de los difuntos. Unos permiten la ocupación y los otros se comprometen al cuidado. Es desde luego, una visión macabra y además situada detrás de La Ciudadela de Saladino, uno de los paseos más hermosos que ofrece una fabulosa vista de la ciudad. Esta Ciudadela fue el asiento de los califas, sultanes, visires y pashás hasta los tiempos de Mohamed Alí en el siglo XIX. Allí pudimos ver La fortaleza y los muros construidos por Saladino (Salah eddin Al-Ayoubi) en 1176. Pero la joya de la Ciudadela, su más hermoso monumento es la Mezquita de Alabastro; un enorme domo sostenido por cuatro columnas, con otros menores a los lados y dos minaretes de estilo otomano, muy parecidos a los de Santa Sofía en Estambul y un magnífico patio con la fuente para abluciones en su centro. La Mezquita está revestida por dentro y por fuera completamente en alabastro, muy abundante en Egipto; y de ahí su nombre.
Y dejamos aquí esta narración del periplo por el Egipto faraónico hasta la semana que viene cuando les enviaré, la tercera y última parte. Abrazos a todos y que Amón-Ra te de aliento. Agur
Me imagino que ya ni os acordáis del cafecito que os propuse ayer; pues lo mejor es que, en este mismo momento, toméis otro para no dormiros mientras leéis la presente. Hecha esta sana advertencia prosigo:
En nuestra última colectiva terminamos con una cita de Herodoto en la que el famoso historiador detallaba el proceso de construcción de las pirámides. Muchos creen, por haberlo leído en la Biblia, (Éxodo I-12) que los constructores pudieron ser esclavos judíos. A esta creencia contribuyó mucho la famosa película de Cecil B. De Mille “Los 10 Mandamientos”. Lo cierto es que, en la Gran Pirámide y las edificaciones hermanas no participó, que se sepa, ningún judío, pues fueron construidas unos mil años antes de que los israelitas llegaran a Egipto, y en todo caso, es muy probable que los constructores no fuesen todos esclavos, sino en su mayoría hombres libres que trabajaban a gusto; gente común generalmente agricultores que vendían su fuerza laboral durante las inundaciones del Nilo, cuando no se podía hacer el trabajo en el campo, y recibían un buen trato. Un proverbio local reza: "El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides" Dudo que exista alguien sobre este planeta que al enfrentarse a las Pirámides no sienta una muy peculiar admiración. Independientemente de tomar en consideración todas las dificultades habidas y muchas otras imaginadas, en su construcción, como el de las canteras de piedra caliza de sus bloques ubicadas a 600 millas Nilo arriba y la colocación de los bloques a medida que aumentaban de altura, es desde luego alucinante la sensación de grandeza que te imprimen. Muchos charlatanes han aprovechado esta admiración que crean en la gente para obtener y empaquetar una inmensa cantidad de deducciones disparatadas desde el punto de vista físico, astronómico, geométrico, matemático, esotérico y ¡hasta extraterrestre! Jeannette e Isabel tuvieron la valentía de entrar hasta la cámara mortuoria de la gran pirámide y fue una gran suerte para ellas pues solo admiten 100 visitas diarias. Yo no quise entrar debido a las dificultades físicas que presenta su acceso así como porque en su interior no hay nada que ver a excepción de turistas muchos de ellos alucinados con la idea de recibir un efluvio especial o magnético que se desprende en su seno.
Los Templos egipcios siempre despertaron en mi un interés especial desde los tiempos de bachillerato cuando estudiaba historia del arte: su configuración, sencillez de líneas, la finura de los bajorrelieves, la magia de los jeroglíficos… ¡Por fin me encontraba en ellos! Después de Abu Simbel visitamos los de Edfú y Kom Ombo. El primero dedicado a Horus, el dios halcón. Un Templo muy bonito, el mejor conservado de Egipto y el más importante después del de Karnak. Mide 137 metros de largo por 79 de ancho y 36 de altura, y representa la típica construcción de los Templos egipcios con el pilono, el patio, 2 salas hipóstilas, una cámara de ofrendas, la sala central y el santuario. Es muy característica su iluminación, con habitaciones cada vez más pequeñas que impedían el paso de la luz gradualmente hasta llegar al oscuro santuario, que recibe la iluminación sólo desde el eje. El segundo, el Templo de Kom Ombo, está dedicado al dios Sobek, una divinidad con forma de Cocodrilo. Se cree que fue divinizado porque los cocodrilos abundaban en esta zona del Nilo; sin embargo, a la gente de este pueblo no les gustaba mucho ser asociados a un dios que representaba el mal, por eso, le agregaron otro dios, Horus, como hermano suyo y socio en el culto del Templo. Su actual estado de deterioro, está coincidencialmente contemplado en el propio mito de este Templo, pues cuenta la leyenda que Sobek, el hermano malvado con forma de cocodrilo, maquinaba contra su hermano Horus, con forma de Halcón hasta echarle del pueblo. La población, al ver su dios amado abandonar el pueblo, también partió hasta dejarlo completamente vacío. Sobek al querer reanudar la vida en el poblado, resucitó a los muertos quienes en lugar de construir destruían y en lugar de sembrar trigo, sembraban arena…
Desde cubierta podíamos divisar el Templo de Luxor. Nuestro barco formaba parte de la quinta fila de barcos en el puerto. Los atracan de tal manera que sus puertas de entrada coincidan, convirtiéndose de esa manera cada barco en un pasadizo, que permite llegar al muelle tras pasar por los otros 4 barcos estacionados. Así llegamos a Luxor, la antigua Tebas. Esta ciudad fue cobrando poco a poco importancia durante la X dinastía hasta transformarse en la capital de los faraones del Nuevo Imperio. Allí se veneraba con suntuosas ceremonias al dios Amón en tríada con Mut y Khonsu (¿Otra versión de la Santísima Trinidad?). A cada victoria, a cada triunfo, se erigían nuevos y grandiosos Templos en honor del dios. La antigua capital egipcia fue dividida por un canal, al sur del cual surgió Luxor, en tanto que al norte fue extendiéndose el pueblo de Karnak con su Templo. Este es, todavía, el más grande del mundo al ocupar unas 123 hectáreas, y en realidad es un grupo de 4 Templos: Templo de Ramsés III, Templo de Ptah, Templo de Opet y el Templo de Jonsu. Conectaba con el de Luxor con una avenida de esfinges de cabeza de carnero por donde pasaba la barca del Faraón. El que más me gustó fue sin duda el de Luxor; es el más completo y diría que menos anárquico. Se debe fundamentalmente a la obra de 2 faraones, grandes constructores, Amenhotep III y Ramsés II. El primero construyó la parte interior y Ramsés II el recinto exterior. No obstante, el templo tuvo tal importancia que muchos otros faraones contribuyeron al engrandecimiento del recinto, con la decoración, construcciones suplementarias, relieves o realizando diferentes cambios. Entre estos se encontraban Tutankamón, quien retomó el proyecto tras la muerte de Akenatón, el faraón que intentó imponer el monoteísmo en Egipto. El pobre “se topó” con la iglesia de su tiempo: todos los sacerdotes de los dioses destronados. ¡Eso de meterse con los curas siempre ha tenido consecuencias…!
La función principal del templo de Luxor era la procesión que se celebraba una vez al año, durante la festividad del Año Nuevo (21 de Julio) y en la que la imagen de Amón salía de su recinto de Karnak para, a través de la avenida de las esfinges, visitar el templo de Luxor. La imparidad de los obeliscos a la entrada de Luxor está manifiesta en la plaza de la Concordia en París así como en el Vaticano está, en pleno centro de San Pedro uno de los pertenecientes a Karnak. De hecho hoy en día, de los 27 antiguos obeliscos egipcios que se encuentran erguidos, solo quedan 6 en Egipto: el de Heliópolis, los tres de Karnak, el de Luxor y el de El Cairo. El resto se encuentran esparcidos en cada continente. Ciertamente hay mucho material arqueológico perteneciente a la cultura egipcia esparcido por el mundo. Las colecciones que recuerdo haber visto en el Museo Metropolitano de Nueva York, en el Louvre, en el British Museum y en los museos del Vaticano son inmensas. ¿Deberían estas obras estar en Egipto? No lo sé. Lo cierto es que como todas las cosas también tiene su lado positivo el que estén fuera de la vega del Nilo porque, por una parte, hacen el efecto de escaparate y de llamada a miles de personas que aun no han visitado Egipto y por la otra, hay certeza del grado de estima y celo de conservación que gozan dichas obras en esos museos. Creo que son un buen anzuelo para promocionar el turismo egipcio.
Por su parte el Templo de Abu Simbel o de Ramsés II, tiene el atractivo de haber sido salvado de las aguas del gran lago Nasser generado por la represa de Aswan y por estar orientado de tal manera que el sol entra por su puerta y sus rayos iluminan a Amon-Ra dos veces al año durante el equinoccio. Junto a este se encuentra el Templo menor de Nefertari, la esposa de Ramsés, II y en la margen occidental del Nilo frente a Luxor, el Templo dedicado a la reina Hatshepsut, hija de Tumosis I y esposa de su hermanastro Tumosis II. Por ser dedicado a mujeres carecen del esplendor y configuración de los otros Templos si bien es curioso observar que su existencia indica que el machismo no estaba tan presente en aquella civilización que terminó precisamente con otra mujer: Cleopatra. Sin ir más lejos, en Madrid podemos observar, cerca de la Plaza España, el Templo de Debod, regalo de Egipto a España por haber participado ésta en la salvación de Abu Simbel. El Templo de Debod fue también dedicado a una mujer: la diosa Isis.
Terminamos el crucero por el Nilo en Luxor. Desde allí nos trasladamos al Cairo en avión, que como suele ocurrir por estas fechas salio con un pequeño retraso de ¡10 horas!. La primera impresión de El Cairo es desoladora… y la última es peor aunque con algo de “saudade”. La mejor descripción que puedo hacer, y que lamentablemente no todos los lectores podrán comprender es que El Cairo es algo así como la población venezolana de “Tucacas” pero a lo bestia….Con una población que supera los 20 millones de habitantes y un tamaño de vértigo (67 Km. de punta a punta) el Cairo no ve llover desde 1994; quizás por ello, la mierda acumulada en sus calles es imposible de imaginar y lo que es peor, evadir. Allí las chabolas (ranchitos) tienen categoría de edificios, con más de 8 pisos y están por doquier; tanto en zonas “privilegiadas” como en las propiamente paupérrimas. Nuestro hotel se encontraba en las afueras muy cerca de las Pirámides. Fue en esa oportunidad que las vi por vez primera y su visión tuvo un efecto psicotrópico que me hizo olvidar por momentos la mala noche sin dormir por el retraso del vuelo y el impacto de la ciudad por su omnipresente y reinante inmundicia. ¿Qué puedes pensar de una ciudad en donde más de 500 mil habitantes viven en un cementerio? Y no en chabolas anexas, sino en las mismísimas tumbas… me refiero a la Ciudad de los Muertos; un antiguo cementerio musulmán en el que se encuentran, entre muchas otras, las tumbas reales de los mamelucos. Las tumbas allí son tan grandes como casas y por ello fueron ocupadas por familias de clase baja. En muchos casos sus habitantes han llegado a un acuerdo con las familias de los difuntos. Unos permiten la ocupación y los otros se comprometen al cuidado. Es desde luego, una visión macabra y además situada detrás de La Ciudadela de Saladino, uno de los paseos más hermosos que ofrece una fabulosa vista de la ciudad. Esta Ciudadela fue el asiento de los califas, sultanes, visires y pashás hasta los tiempos de Mohamed Alí en el siglo XIX. Allí pudimos ver La fortaleza y los muros construidos por Saladino (Salah eddin Al-Ayoubi) en 1176. Pero la joya de la Ciudadela, su más hermoso monumento es la Mezquita de Alabastro; un enorme domo sostenido por cuatro columnas, con otros menores a los lados y dos minaretes de estilo otomano, muy parecidos a los de Santa Sofía en Estambul y un magnífico patio con la fuente para abluciones en su centro. La Mezquita está revestida por dentro y por fuera completamente en alabastro, muy abundante en Egipto; y de ahí su nombre.
Y dejamos aquí esta narración del periplo por el Egipto faraónico hasta la semana que viene cuando les enviaré, la tercera y última parte. Abrazos a todos y que Amón-Ra te de aliento. Agur
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TITULO: Egipto II