La península ibérica fue un espacio geográfico por el cual transitaron toda clase de grupos étnicos: celtas, iberos, fenicios, bereberes, romanos, cartagineses, árabes, godos y por supuesto judíos. Pero de todos ellos ningún pueblo tuvo una presencia tan consistente y continua como la del pueblo hebreo incluso hasta nuestros días. Hagamos un breve repaso de ello:
Ya en la biblia se cita a “Tarsis” (España) siendo así el único país, fuera del entorno del medio oriente, del cual se habla en ella (I Reyes 10:21-22, Ezequiel 27:12) Incluso en el libro del profeta Abdías se habla literalmente de "Sefarad " (Abdías 1-20) y si el relato bíblico es histórico, entonces podemos afirmar que fue Jonás el primer judío que pisó la península ibérica: “Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Joppe; y halló un navío que partía para Tarsis; y pagando su pasaje entró en él, para irse con ellos a Tarsis de delante de Jehová.” (Jonás 1:3) ¿De cuantos años estamos hablando? ¿5 mil? Pues ya desde entonces habían hebreos en nuestra tierra.
Pasando el tiempo, la llegada de judíos en número suficientemente grande como para constituir comunidades en la península fue una consecuencia de la gran diáspora ocurrida tras la destrucción de Jerusalén a manos del futuro emperador Tito en el año 70 de nuestra Era y ya en el siglo IV la población judía era muy numerosa en la Península Ibérica así como de manera importante en las islas Baleares. De hecho la carta del obispo menorquín Severo, escrita en el año 418, pone de manifiesto que la población judía se hallaba plenamente integrada en la vida hispanorromana del Bajo Imperio. Para mayor prueba, en las ruinas de “Emérita Augusta” (hoy Mérida) puede observarse una lápida de un fallecido judío cuya foto muestro en este escrito y que comprueba una antigua tradición recogida por el cronista hispano-hebreo del siglo XII, Abraham ibn Daud, titulada Séfer ha-Qablalá, según la cual, muchos de los deportados por Tito se establecieron en Mérida.
Posteriormente durante el periodo arriano de la dominación visigoda, los judíos españoles se beneficiaron de cierta tolerancia. Algunas leyes del Código Teodosiano, discriminatorias para ellos, se incluyeron en el Breviario de Alarico, pero puede decirse que, en general, su vida discurría por cauces tranquilos. Su base de subsistencia lo mismo que para visigodos e hispanorromanos, era, sin duda, la tierra, que cultivaban por sí mismos o con ayuda de esclavos. Algunos desempeñaban el papel de administradores de haciendas, propiedad de cristianos. De los documentos existentes se deduce que habitaban sobre todo en los núcleos culturalmente más avanzados: la capital, Toledo, y las regiones meridionales y orientales de la Península, especialmente la costa mediterránea, sin olvidar las islas Baleares o ciudades de fuerte raigambre romana como Mérida.
Sabemos también que observaban los preceptos fundamentales del judaísmo: la circuncisión, el sábado y las fiestas, las leyes alimenticias y las relativas al matrimonio y los esclavos. Con la conversión de Recaredo al catolicismo, la situación de los judíos cambia radicalmente; los monarcas visigodos comienzan a perseguirlos como era usual en todo el orbe católico. Sisebuto será el gran impulsor de la política antijudía y a partir de su reinado y en todo lo largo del siglo VII proseguirá esta legislación no ya discriminatoria, sino hostil que culmina en el año 694, durante el reinado de Egica, reduciendo a la esclavitud toda la población judía y confiscando sus bienes.
En el año 711 ocurre la invasión musulmana trayendo inicialmente una liberación para los judíos sometidos a las leyes visigodas. Ese estado de libertad ocasiona que durante los Siglos VIII y IX se produzca una fuerte inmigración judía procedente del norte de África a ciudades como Granada, Tarragona y Lucena. Pero fue durante el Califato de Córdoba y los Reinos de Taifas (Siglos X y XI) cuando los judíos españoles, alcanzan su mayor bienestar y nivel cultural que duró hasta el Siglo XII cuando llegan a la península los Almohades y Almorávides con su fanatismo religioso y obligan a los judíos a huir. Muchos se fueron a la España cristiana mientras que otros, como la familia de Maimónides, huyeron al norte de África quedando de esa manera la España musulmana despoblada de judíos.
Los judíos desempeñaron un papel de primera importancia durante la Reconquista. Sus esfuerzos se aunaron con los de la población cristiana, que se había levantado para sacudirse el yugo musulmán y recuperar su independencia. En la historia de la P. Ibérica han dejado profunda huella las expediciones militares de unos monarcas que, para llevarlas a cabo, se apoyaron en la sabiduría de grandes líderes cristianos y de cortesanos judíos de excepcional capacidad.
Tras la expulsión decretada en el 1290 por orden del rey Eduardo I de Inglaterra, España fue uno de los países en recibir un gran número de esos hebreos . Esa fue después de la gran diáspora la mayor expulsión de hebreos de un territorio. Las tres culturas: la árabe, la cristiana y la judía permanecieron con cierta armonía o mejor dicho, tolerancia hasta el año de 1492 cuando los reyes católicos Fernando e Isabel emiten el decreto de expulsión del Imperio Español que ese mismo año vio su nacimiento.
Los hechos históricos dejan huella imborrable, principalmente los negativos. Este fue el caso de la Expulsión de los Sefarditas de España. Con ellos también se expulsó de nuestro territorio buena y sensible parte de nuestra cultura así como el ejercicio de artes comerciales y emprendedoras de tanta necesidad incluso en la España de hoy.
Aún así, algunos permanecieron en España previa “conversión” al catolicismo, otros, con las llaves de sus casas en mano salieron por el sur hacia el norte de África y muchos osados regresaron posteriormente a nuestro país, "su" país, por la costa atlántica. Es imposible borrar con un decreto su milenaria presencia, tanto así que al principal representante de los judíos españoles, Abraham Sennior que al convertirse adquiere el nombre de “Luis Coronel” fue nombrado por Isabel la Católica como “Almojarife mayor de Castilla” algo equivalente a un Ministro de Finanzas de hoy en día.
De igual manera muchos otros cargos tanto políticos como eclesiásticos fueron ocupados por judíos conversos e incluso miembros de la nobleza española poseían (y poseen) antecedentes judíos como la Casa de Osuna, Villena, Alburquerque, Medinaceli y otras, sin olvidar ¡oh escándalo! que de origen converso fueron también algunos de los más intransigentes inquisidores como Torquemada y Fray Hernando de Talavera. Es de hacer notar que un converso sefardita de la época, Luis de Torres o Yosef Ben Ha Levy Haivri, natural de mi querido pueblo Moguer, fue el primer judío en pisar territorio americano al acompañar a Colón en su primer viaje como traductor.
Aquello no fue un hecho más en la formación de España, no fue tampoco otra expulsión más de judíos pues ésta fue incluso celebrada por La Sorbona de Paris y ni mucho menos fue un decreto anodino. España, Sefarad para los judíos-españoles no era un mero lugar de tránsito; Sefarad era su patria, su nueva Israel, Toledo era la nueva Jerusalén. Aquí echaron raíces profundas creando un modo de ser y de vivir que llegó a conformar a lo largo de centurias una de las dos ramas más importantes del judaísmo existentes en el mundo.
Un recorrido consciente por el ámbito de las antiguas juderías españolas constituye, aún hoy, una experiencia apasionante. Cuando todavía existen grupos de presión cultural que ponen en duda la radical importancia de la presencia judía en la Península Ibérica, un paseo por sus ciudades y pueblos viene a demostrarnos, sin lugar a discusión, que aquellos cerca de cuatrocientos mil hebreos contribuyeron radicalmente a la definición del perfil sociológico de España en donde los últimos estudios realizados estiman que el 80% de la población española actual tiene en alguna medida sangre judía.
No hay pues en el mundo, después de Israel nación más judía por su historia, su influencia y su sangre que España, que Safarad y este hecho es algo que todos los españoles deben no solo saber, sino también sentirse orgullosos de ello. Sin embargo, España aunque en 1990 otorgó el premio Príncipe de Asturias a las comunidades sefardíes, es un país fundamentalmente anti-judío. No digo anti-semita pues lo “semita” abarca también, al mundo árabe y en este país se piensa erróneamente que tenemos más carga genética de ésta que de aquella.
Media población española conformada por la izquierda es fundamentalmente además de anti-judía, anti israelí y anti-norteamericana. La inmensa mayoría de ellos no saben ni siquiera por qué; simplemente el ser de izquierdas, parece que así lo obliga... Y en el otro 50% , la derecha, un importante número de ellos, son anti-judíos, por ser católicos recalcitrantes. Ambos, como he expuesto tienen mucho de judío aunque lo ignoren o les pese.
Ya en la biblia se cita a “Tarsis” (España) siendo así el único país, fuera del entorno del medio oriente, del cual se habla en ella (I Reyes 10:21-22, Ezequiel 27:12) Incluso en el libro del profeta Abdías se habla literalmente de "Sefarad " (Abdías 1-20) y si el relato bíblico es histórico, entonces podemos afirmar que fue Jonás el primer judío que pisó la península ibérica: “Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Joppe; y halló un navío que partía para Tarsis; y pagando su pasaje entró en él, para irse con ellos a Tarsis de delante de Jehová.” (Jonás 1:3) ¿De cuantos años estamos hablando? ¿5 mil? Pues ya desde entonces habían hebreos en nuestra tierra.
Pasando el tiempo, la llegada de judíos en número suficientemente grande como para constituir comunidades en la península fue una consecuencia de la gran diáspora ocurrida tras la destrucción de Jerusalén a manos del futuro emperador Tito en el año 70 de nuestra Era y ya en el siglo IV la población judía era muy numerosa en la Península Ibérica así como de manera importante en las islas Baleares. De hecho la carta del obispo menorquín Severo, escrita en el año 418, pone de manifiesto que la población judía se hallaba plenamente integrada en la vida hispanorromana del Bajo Imperio. Para mayor prueba, en las ruinas de “Emérita Augusta” (hoy Mérida) puede observarse una lápida de un fallecido judío cuya foto muestro en este escrito y que comprueba una antigua tradición recogida por el cronista hispano-hebreo del siglo XII, Abraham ibn Daud, titulada Séfer ha-Qablalá, según la cual, muchos de los deportados por Tito se establecieron en Mérida.
Posteriormente durante el periodo arriano de la dominación visigoda, los judíos españoles se beneficiaron de cierta tolerancia. Algunas leyes del Código Teodosiano, discriminatorias para ellos, se incluyeron en el Breviario de Alarico, pero puede decirse que, en general, su vida discurría por cauces tranquilos. Su base de subsistencia lo mismo que para visigodos e hispanorromanos, era, sin duda, la tierra, que cultivaban por sí mismos o con ayuda de esclavos. Algunos desempeñaban el papel de administradores de haciendas, propiedad de cristianos. De los documentos existentes se deduce que habitaban sobre todo en los núcleos culturalmente más avanzados: la capital, Toledo, y las regiones meridionales y orientales de la Península, especialmente la costa mediterránea, sin olvidar las islas Baleares o ciudades de fuerte raigambre romana como Mérida.
Sabemos también que observaban los preceptos fundamentales del judaísmo: la circuncisión, el sábado y las fiestas, las leyes alimenticias y las relativas al matrimonio y los esclavos. Con la conversión de Recaredo al catolicismo, la situación de los judíos cambia radicalmente; los monarcas visigodos comienzan a perseguirlos como era usual en todo el orbe católico. Sisebuto será el gran impulsor de la política antijudía y a partir de su reinado y en todo lo largo del siglo VII proseguirá esta legislación no ya discriminatoria, sino hostil que culmina en el año 694, durante el reinado de Egica, reduciendo a la esclavitud toda la población judía y confiscando sus bienes.
En el año 711 ocurre la invasión musulmana trayendo inicialmente una liberación para los judíos sometidos a las leyes visigodas. Ese estado de libertad ocasiona que durante los Siglos VIII y IX se produzca una fuerte inmigración judía procedente del norte de África a ciudades como Granada, Tarragona y Lucena. Pero fue durante el Califato de Córdoba y los Reinos de Taifas (Siglos X y XI) cuando los judíos españoles, alcanzan su mayor bienestar y nivel cultural que duró hasta el Siglo XII cuando llegan a la península los Almohades y Almorávides con su fanatismo religioso y obligan a los judíos a huir. Muchos se fueron a la España cristiana mientras que otros, como la familia de Maimónides, huyeron al norte de África quedando de esa manera la España musulmana despoblada de judíos.
Los judíos desempeñaron un papel de primera importancia durante la Reconquista. Sus esfuerzos se aunaron con los de la población cristiana, que se había levantado para sacudirse el yugo musulmán y recuperar su independencia. En la historia de la P. Ibérica han dejado profunda huella las expediciones militares de unos monarcas que, para llevarlas a cabo, se apoyaron en la sabiduría de grandes líderes cristianos y de cortesanos judíos de excepcional capacidad.
Tras la expulsión decretada en el 1290 por orden del rey Eduardo I de Inglaterra, España fue uno de los países en recibir un gran número de esos hebreos . Esa fue después de la gran diáspora la mayor expulsión de hebreos de un territorio. Las tres culturas: la árabe, la cristiana y la judía permanecieron con cierta armonía o mejor dicho, tolerancia hasta el año de 1492 cuando los reyes católicos Fernando e Isabel emiten el decreto de expulsión del Imperio Español que ese mismo año vio su nacimiento.
Los hechos históricos dejan huella imborrable, principalmente los negativos. Este fue el caso de la Expulsión de los Sefarditas de España. Con ellos también se expulsó de nuestro territorio buena y sensible parte de nuestra cultura así como el ejercicio de artes comerciales y emprendedoras de tanta necesidad incluso en la España de hoy.
Aún así, algunos permanecieron en España previa “conversión” al catolicismo, otros, con las llaves de sus casas en mano salieron por el sur hacia el norte de África y muchos osados regresaron posteriormente a nuestro país, "su" país, por la costa atlántica. Es imposible borrar con un decreto su milenaria presencia, tanto así que al principal representante de los judíos españoles, Abraham Sennior que al convertirse adquiere el nombre de “Luis Coronel” fue nombrado por Isabel la Católica como “Almojarife mayor de Castilla” algo equivalente a un Ministro de Finanzas de hoy en día.
De igual manera muchos otros cargos tanto políticos como eclesiásticos fueron ocupados por judíos conversos e incluso miembros de la nobleza española poseían (y poseen) antecedentes judíos como la Casa de Osuna, Villena, Alburquerque, Medinaceli y otras, sin olvidar ¡oh escándalo! que de origen converso fueron también algunos de los más intransigentes inquisidores como Torquemada y Fray Hernando de Talavera. Es de hacer notar que un converso sefardita de la época, Luis de Torres o Yosef Ben Ha Levy Haivri, natural de mi querido pueblo Moguer, fue el primer judío en pisar territorio americano al acompañar a Colón en su primer viaje como traductor.
Aquello no fue un hecho más en la formación de España, no fue tampoco otra expulsión más de judíos pues ésta fue incluso celebrada por La Sorbona de Paris y ni mucho menos fue un decreto anodino. España, Sefarad para los judíos-españoles no era un mero lugar de tránsito; Sefarad era su patria, su nueva Israel, Toledo era la nueva Jerusalén. Aquí echaron raíces profundas creando un modo de ser y de vivir que llegó a conformar a lo largo de centurias una de las dos ramas más importantes del judaísmo existentes en el mundo.
Un recorrido consciente por el ámbito de las antiguas juderías españolas constituye, aún hoy, una experiencia apasionante. Cuando todavía existen grupos de presión cultural que ponen en duda la radical importancia de la presencia judía en la Península Ibérica, un paseo por sus ciudades y pueblos viene a demostrarnos, sin lugar a discusión, que aquellos cerca de cuatrocientos mil hebreos contribuyeron radicalmente a la definición del perfil sociológico de España en donde los últimos estudios realizados estiman que el 80% de la población española actual tiene en alguna medida sangre judía.
No hay pues en el mundo, después de Israel nación más judía por su historia, su influencia y su sangre que España, que Safarad y este hecho es algo que todos los españoles deben no solo saber, sino también sentirse orgullosos de ello. Sin embargo, España aunque en 1990 otorgó el premio Príncipe de Asturias a las comunidades sefardíes, es un país fundamentalmente anti-judío. No digo anti-semita pues lo “semita” abarca también, al mundo árabe y en este país se piensa erróneamente que tenemos más carga genética de ésta que de aquella.
Media población española conformada por la izquierda es fundamentalmente además de anti-judía, anti israelí y anti-norteamericana. La inmensa mayoría de ellos no saben ni siquiera por qué; simplemente el ser de izquierdas, parece que así lo obliga... Y en el otro 50% , la derecha, un importante número de ellos, son anti-judíos, por ser católicos recalcitrantes. Ambos, como he expuesto tienen mucho de judío aunque lo ignoren o les pese.